El Despertar de la Selva

El Puma es un felino que vive en lo alto de las montañas de Santiago, en la comuna de El Bosque, y es un animal que no se distingue del resto de la fauna. Para desplazarse a su trabajo toma diariamente el transporte público, la liebre, donde debe pagar $160 patitas en su viaje de ida y vuelta.

Su comuna es una de las que menos recursos tiene en su ciudad. El Puma gana el sueldo mínimo y con eso arrienda una casa que tiene una sola pieza que debe compartir con su hijo de 9 años, el Pumita. Por las mañanas se les hace difícil ponerse de acuerdo sobre qué programa ver en su pequeña televisión mientras toman desayuno.

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El Puma lleva esperando más de un año para que le den una hora a su hijo para un examen al riñón, pero el sistema de Salud Pública está colapsado. Su preocupación crece cada día: su hijo está enfermo y él gana poco. Eso significa que su pensión, la plata que debería ganar por sus años de trabajo, no le alcanzará para la educación del Pumita ni para cuando él jubile. El Puma sabe que es probable que tenga que seguir trabajando incluso después de eso.

El Puma ya está cansado de la vida que está llevando, el mal sistema de salud y el bajo sueldo que no le asegura ni una vejez digna ni un futuro a su hijo, quien siempre le ha mencionado que su sueño es ser un gran veterinario para poder ayudar al resto de los animales.

Él no es el único que vive así. Muchos animales están igual de cansados que el Puma y cuando el pasaje de la liebre sube $30 patitas, muchos de ellos se alborotaron. Ahora están de "patitas en la calle". El propio Puma es testigo de cómo algunos pingüinos se saltan el torniquete de la liebre para no pagar el pasaje, como forma de protesta.

A pesar de que el Puma está molesto y las ganas no le faltan para manifestarse, decidió no saltar el torniquete de la liebre. Él cree que eso le podría traer problemas con las autoridades, ya que notaba que el asunto se estaba poniendo salvaje.

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Uno de esos días, el Puma lleva al Pumita a la urgencia del Zoospital, donde el doctor le dice que hay que hacerle un trasplante de riñón. Durante la larga espera, conoce a un Zorro que se encuentra en su misma situación.

Ambos comparten la angustia e incertidumbre que provoca la mala gestión del Sistema de Salud de la fauna. El Zorro está convencido de que no hay forma de que el sistema cambie por sí solo: es necesario exigir esos cambios. Esa conversación da el puntapié inicial para que el Puma comience a luchar por mejorar su propia vida, la de sus seres queridos y todos los animales que habitan la fauna chilena.

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El Puma jamás imaginó que la marcha que se produjo la tarde del 18 de octubre sería la primera de muchas dentro de la rebelión más grande producida en zoocracia. Al llegar a Plaza Italia y ver que muchos más animales de la fauna chilena se estaban manifestando, se dio cuenta de que no iba a estar solo en esta lucha contra la injusticia y desigualdad.

El Puma, quien normalmente se camuflaba entre las palomas, sintió en ese momento que su instinto animal lo incitaba a unirse a los demás animales en la lucha que se había iniciado. No importaba la forma ni el tamaño, todos los animales valían por lo mismo. La estampida era cada vez más grande.

Las calles están repletas de animales, todos caminando al compás de los rugidos, maullidos, ladridos y otras voces de la fauna, exigiendo a cóndores y huemules cambiar las reglas de su querido hábitat. Pero no todos los animales actúan de la misma manera: entre el disturbio, algunos mapaches aprovechan de saquear las tiendas de mascotas y carnicerías, donde toda la fauna se abastece, mientras otros animales queman las liebres, el principal medio de transporte, convirtiendo la ciudad en una feroz selva.

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En medio de todo el caos, con mapaches rompiendo, saqueando y violentando la fauna, se creó una confusión respecto de quiénes son realmente los verdaderos aliados del Puma, ya que la violencia solo hace más difícil llegar al propósito por el que todos están luchando. El Puma se da cuenta de que es muy importante la unidad de la fauna chilena, que no están logrando nada con seguir estropeando la infraestructura de su ciudad, sino que hay que buscar una nueva forma de alcanzar sus objetivos. Con un gran rugido, el Puma logra paralizar a todos los animales que se estaban manifestando y establece el orden.

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El Puma enfrenta sus miedos más profundos, como el futuro incierto de su hijo, su salud y educación, así como también la calidad de la vejez que le espera. Pero al ver el desastre generado en la estampida producto de la violencia, el Puma se convence de que existe una mejor forma de conseguir el cambio que necesita la fauna chilena, así que decide dialogar con los otros animales y conseguir más aliados en esta lucha por la igualdad.

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