Un mar de cuentos

Orange polka dot pattern

Poco después se marcharon. Alí Babá fue a la cueva, liberó a Casim y, juntos, volvieron a casa sanos y salvos. Cuando los ladrones regresaron, descubrieron que Casim no estaba en la cueva. El jefe se dirigió a sus hombres: –Alguien más conoce nuestro secreto. Tenemos que descubrir quién ha rescatado al prisionero.

Grey polka dot pattern

Luego, Luis dejó a su soldadito en la repisa de la chimenea junto a la bailarina. Estuvieron hablando durante horas cuando, de repente, un fuerte golpe de viento tiró a la bella bailarina a la chimenea encendida. El soldadito sufría viendo a la bailarina en medio del fuego. Así que, con grandes esfuerzos, se fue acercando al borde de la repisa y desde allí se dejó caer entre las llamas. Lentamente, el fuego comenzó a fundir los soportes de las dos figuras. En ese momento, el padre de Luis entró en la habitación y, al ver las estatuillas devoradas por las llamas, las sacó de la chimenea. Las bases de las dos figuras en las que se apoyaban se habían unido, formando un único soporte en forma de corazón.

Blue polka dot pattern

Al ver lo ocurrido, las gallinas empezaron a cacarear. Con el alboroto, aparecieron los granjeros y echaron a correr con sus perros tras la zorra ladrona.

Había una vez, una labradora que cultivaba calabazas en su huerto. Al poco tiempo de sembrar nuevas calabazas, uno de aquellos frutos creció, creció y siguió creciendo hasta convertirse en una calabaza gigante.

Green polka dot pattern

La clase de CP4 Lengua castellana Lycée Français de Barcelone

Luego salió de allí, aseguró la puerta con una enorme tranca y llamó a la guardia del sultán. –¡Abrid a la justicia! Los guardias entraron en la casa y detuvieron al jefe y a los cuarenta ladrones. Unos días más tarde, el sultán felicitó a Alí Babá y le obsequió con una considerable recompensa por haber librado al país de aquellos malvados bandidos

Pero, ¡ay!, en cuanto la zorra abrió la boca para hablar, el gallo se escapó. Al verse libre, Cantaclaro movió con fuerza sus alas y voló hasta posarse en una rama bien alta de un árbol cercano.

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Una mañana, Brenda llamó al mejor ingeniero del reino y le dijo: –Quiero que construyas un enorme globo. Tiene que elevarse más allá de las nubes. Así llegaré muy cerca de la Luna y podré tocarla. –¡Majestad, eso es imposible! –¡Haz lo que te digo y no me repliques! ¡Nada es imposible! ¿Lo entiendes? Así que el ingeniero no tuvo más remedio que obedecer y se puso manos a la obra. Durante una semana, el hombre y sus ayudantes estuvieron trabajando sin descanso. Pasado ese tiempo, el ingeniero se presentó en el palacio con un impresionante globo.

Una tarde estalló una fuerte tormenta y una ráfaga de viento hizo caer al soldadito desde la ventana a la calle.

Los ladrones preguntaron aquí y allá hasta dar con la casa de Alí Babá y Casim. Entonces pusieron en marcha un plan para capturarlos. Aquella noche, el jefe, haciéndose pasar por un mercader de aceite, se presentó en la vivienda de los dos hermanos con varias mulas cargadas de tinajas. En cada una de las tinajas iba escondido uno de los ladrones. –¡Saludos, amigos! Necesito un lugar donde pasar la noche. ¿Podríais acogerme en vuestra casa?&nbsp;

Cuando los jinetes se alejaron, Alí Babá probó la fórmula mágica: –¡Ábrete, Sésamo! La roca se abrió y el leñador entró en la cueva con su mula. Dentro encontró un fabuloso tesoro: montañas de monedas, tinajas llenas de oro … Alí Babá no podía creer lo que estaba viendo. ¡Aquellos hombres eran ladrones y allí guardaban sus tesoros!

Ya bajo tierra, el barquito de papel naufragó y su único tripulante fue arrastrado hasta un río. Allí, un salmón se lo tragó de un bocado. El soldadito no encontró la forma de salir.

En un lejano país de Oriente vivían dos hermanos, llamados Alí Babá y Casim. Casim era mercader y Alí Babá se ganaba la vida como leñador. Un día, mientras Alí Babá recogía leña en el bosque, oyó unos caballos que se acercaban al galope. Se ocultó con su mula tras unos matorrales, dispuesto a averiguar qué ocurría.&nbsp;

El erizo descendía a toda velocidad y, en pocos segundos, atravesó la meta. Sus vecinos gritaban y aplaudían entusiasmados:&nbsp; –¡Bravo, campeón! ¡Hurra!&nbsp; Con aquel ruido, el conejo se despertó, se incorporó y echó un vistazo desde lo alto de la montaña. ¡Menuda sorpresa se llevó! ¡El erizo ya estaba abajo! Era el claro vencedor de la carrera y todos los animales lo felicitaban y lo abrazaban.&nbsp; El conejo, sin poder creérselo, repetía una y otra vez:&nbsp; –¡He perdido! ¡He perdido!&nbsp; Y, muy avergonzado, bajó la montaña y se alejó de allí, sin que nadie lo viese, para refugiarse en su madriguera.&nbsp;

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En aquel momento, Cantaclaro le propuso a la zorra: - ¿Por qué no les dices que no pierdan el tiempo persiguiéndote? ¡Nunca podrán alcanzarte!

Horas después, una niña y un niño lo encontraron tirado en el suelo. –¡Mira, un soldadito! Le falta una pierna. –Bueno... Pero, aunque esté roto, podemos meterlo en este barquito. En ese momento, un barquito de papel navegaba por un riachuelo formado con el agua de la lluvia. Los dos amigos colocaron al soldadito en el barco y lo vieron alejarse hasta la alcantarilla.

El conejo aceptó el reto que le había propuesto el erizo. Los dos corredores se colocaron en la línea de salida y… ¡empezó la prueba!&nbsp; El erizo arrancó con lentitud, a su ritmo habitual. El conejo, en cambio, salió disparado. Corría de tal manera que en pocos minutos ya había alcanzado la cima del monte.&nbsp; Una vez arriba, convencido de la enorme ventaja que le llevaba al erizo, el conejo se tumbó tranquilamente a descansar a la sombra de un árbol. Estaba tan a gusto que se dejó vencer por el sueño y enseguida se quedó profundamente dormido. Un buen rato después, el erizo llegó por fin a la cima y vio allí a su contrincante, durmiendo.&nbsp; Así que el erizo, con sus cortas patitas, continuó andando muy despacio hasta la otra ladera de la montaña y, justo en el lugar en el que comenzaba la pendiente, se dejó caer rodando cuesta abajo. –¡Allá voooooy!…

Había una vez, un conejo y un erizo. El conejo tenía cuatro patas y era muy veloz. Le gustaba presumir delante de todos los animales de ser el más rápido corriendo. El erizo tenía cuatro patas y era muy lento. Un día, después de que el conejo se burlase del erizo por ser tan lento, el erizo tuvo una idea. Le propuso hacer una carrera.&nbsp; - Vamos a subir y a bajar esa montaña. ¡A ver quién gana!

En un país muy lejano vivía una reina llamada Brenda, cuya mayor ilusión era tocar la Luna. La reina se pasaba los días y las noches pensando en cómo hacer realidad su sueño.

Semanas más tarde, la reina tuvo otra de sus geniales ocurrencias. Una tarde llamó a todos los carpinteros del reino y les ordenó: –Quiero que hagáis una torre muy alta con cajas y cajones de madera. Desde esa torre tengo que conseguir alcanzar la Luna. –Pero... Pero majestad... Y Brenda, sin querer escuchar ninguna explicación, interrumpió al carpintero : –¡Se puede hacer perfectamente! ¡No me digáis que no! Al día siguiente, los carpinteros comenzaron a levantar la torre en el patio del palacio. Cuando la torre fue acabada, la reina empezó a subir por la altísima torre.&nbsp;&nbsp;

Enseguida apareció un grupo de cuarenta hombres, que se detuvo ante una gran roca. El jefe dijo con voz firme: –¡Ábrete, Sésamo! Y la roca se deslizó, mostrando una cueva. Los hombres entraron y, tras ellos, la roca se cerró. &nbsp;Alí Babá permaneció oculto en su escondite y, al poco tiempo, vio que la roca se abría de nuevo y dejaba salir a los hombres. Entonces, el jefe del grupo, dijo: –¡Ciérrate, Sésamo! Y la roca se cerró.

Alí Babá y los cuarenta ladrones (CP1) La torre de la reina (CP2) La calabaza gigante (CP3) El erizo y el conejo (CP4) El gallo Cantaclaro (CP5) El soldadito de plomo (CP6)

El conejo no podía creer lo que estaba oyendo.&nbsp; –Pero… ¿qué estás diciendo? ¿No sabes que soy uno de los animales más veloces del bosque?&nbsp; –Me da igual. Aun así, ¿quién sabe lo que puede pasar? ¡A lo mejor te llevas una sorpresa!&nbsp;

Dicho y hecho. Al día siguiente, la mujer se&nbsp;presentó en el palacio del rey con su&nbsp;calabaza. El rey recibió a la recién llegada y le dijo: –Te agradezco mucho que hayas pensado en mí. - Por tu generosidad, yo también voy a ofrecerte algo.

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Orgulloso, levantó la cabeza, cerró los ojos unos segundos y , cuando iba a lanzar un poderoso quiquiriquí, la zorra se abalanzó sobre él, lo agarró del cuello y huyó de allí a toda velocidad.

Un día, Luis organizó una gran batalla. Colocó al soldadito en la ventana y con voz de mando le ordenó: –¡Vigila la llegada del enemigo! A la hora de recoger los juguetes, Luis se olvidó del soldadito que había dejado en la parte exterior de la ventana.

Una mañana, se presentó en la granja una zorra que, con gran amabilidad, se dirigió al gallo: –Buenos días, Cantaclaro. No huyas… No tienes por qué tenerme miedo. Solo quiero ser tu amiga, como antes lo fui de tu padre. El gallo, muy extrañado, le preguntó: –¿De mi padre? ¿Conociste a mi padre? –Así es, Cantaclaro. Yo fui una gran amiga suya. ¡Admiraba tanto su maravillosa voz…! ¡Cantaba tan bien…! Cada día me acercaba hasta aquí para escucharlo… ¡Anda, te lo suplico, canta un poco para mí! El gallo se sintió muy orgulloso y se olvidó por completo de sus temores y respondió: –Bueno…, pues… si tanto lo deseas, cantaré para ti yo también.

Los dos hermanos aceptaron, llevaron las tinajas a la bodega y le prepararon una espléndida cena. Como la cena duraba mucho, Alí bajó al sótano a buscar más aceite. Cuando entró en la bodega oyó: –¿Ya es la hora? Alí entendió lo que ocurría. ¡En aquellas tinajas no había aceite! ¡Les habían tendido una trampa! –Aún no –respondió Alí con calma, imitando la voz del jefe.&nbsp;

La reina se subió contenta en el globo y se elevó por los aires. Entusiasmada se despidió de todos: –¡Adióóós!… Sin embargo, poco después, un fuerte viento hizo que el globo fuese perdiendo altura. Empezó a descender y a descender, y finalmente acabó enganchado en las ramas de un árbol. La soberana tardó unos días en recuperarse del susto pero debía pensar cómo poder tocar la Luna.

Había una vez un niño llamado Luis que tenía muchos juguetes. Entre ellos, una preciosa colección de soldaditos de plomo con los que se inventaba magníficas batallas. A uno de los soldaditos de plomo le faltaba una pierna, pero Luis le hacía participar en todos los juegos. Este soldadito estaba enamorado de la bailarina.

En una granja vivía un precioso gallo que se llamaba Cantaclaro. Tenía un bellísimo plumaje y una impresionante cresta roja. Pero lo que más admiraban las gentes de los alrededores era su voz fuerte y clara, con la que cada día les anunciaba el amanecer.

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Llegó el tiempo de la cosecha y la labradora empezó a pensar lo que iba a hacer con su maravillosa calabaza. –Sin duda, en el mercado me darán por ella una cantidad de dinero nada despreciable –se decía a sí misma. Pero, sin saber muy bien por qué, la idea de venderla no le parecía la mejor decisión. Así que, un día, le comentó a su marido: –¡Ya sé! En vez de vender la calabaza en el mercado, se la regalaré al rey.

Al llegar a su casa, Alí Babá contó lo sucedido a su hermano Casim. Casim decidió acercarse a la cueva. Una vez en la cueva, Casim cargó las alforjas de su camello. Pero cuando iba a salir, se había olvidado las palabras mágicas. –¡Ábrete, orégano! No… ¡Ábrete, sótano! Mientras Casim se esforzaba por recordar las palabras exactas, los ladrones llegaron a la cueva. Al encontrarlo allí, el jefe de los ladrones dijo: –¡Atadlo! Lo dejaremos aquí hasta que decidamos qué hacer con él.&nbsp;

El leñador cargó en su mula todas las riquezas que pudo y salió de la cueva a toda prisa.&nbsp; –¡Ciérrate, Sésamo! –dijo.&nbsp;

El monarca premió a la humilde campesina con tierras, joyas y un cofre de monedas de oro y de plata.

Poco después, los granjeros llegaron hasta el árbol al que se había subido Cantaclaro. El gallo bajó de allí inmediatamente y todos volvieron a la granja. Y durante muchos años, todos los días al amanecer, el gallo siguió despertando, con su preciosa y potente voz, a los vecinos que habitaban aquellas tierras.

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Escaló y escaló hasta el final, a una gran altura. Pero… ¡todavía no podía tocar la Luna! La veía tan cerca… - Ya falta muy poquito. Sacad el primer cajón dubidlo con una grúa hasta arriba del todo. Nada más sacar ese primer cajón, ¡cataplum!, la torre se desplomó y la reina quedó sepultada bajo una gran montaña de cajas y cajones. ¡Y así acabó su gran ilusión! Dicen que la reina Brenda ya no volvió a intentar tocar la Luna nunca más. Aunque, eso sí, consiguió observarla desde muy muy cerca.

Pero aquel salmón cayó en las redes de un pescador, quien lo vendió en el mercado. A ese mercado fue la madre de Luis. La mujer compró el hermoso pez y, al ir a prepararlo en la cocina... –¡Mira, Luis! El niño se quedó de piedra al ver allí a su soldadito. Cuando lo cogió, le dijo en voz baja: –¡Oh! ¡Con lo que te he buscado! ¿Dónde te habías metido? ¡Cuántas aventuras debes de haber vivido!

Al enterarse de lo que había sucedido, un rico comerciante decidió llevar al rey algunas mercancías. Estaba seguro de que el monarca le daría una recompensa aún mayor que la de la campesina. –Yo también voy a ofrecerte algo excepcional. Es, sin duda alguna, lo más preciado que poseo. –¡Aquí lo tienes! –anunció el rey cuando sus criados entraron y se acercaron al trono. El envidioso comerciante se quedó pasmado al ver que el rey le daba ¡la calabaza gigante! Una vez recobrado de la impresión, el comerciante le dio las gracias al rey y se marchó de palacio, cargando con la pesada calabaza hasta su casa.

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