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¡Llegó la segunda edición del Ciberlibro parlante "Caleidoscopio literario"! Desde la cátedra "Oralidad, Lectura, Escritura y TIC" se incentivó la creación autónoma de producciones ficticias. Los relatos que contiene fueron escritos por estudiantes del primer año del Profesorado de Educación Primaria y Educación Especial.
Este ciberlibro surgió en época de pandemia desde la virtualidad con la finalidad de compartir y fomentar la escritura y lectura de textos literarios originales.
Docentes:
- Profesora Cristina Moretti
- Profesora Diana Julia Palma
- Profesora Lorena Noceti
Índice:
1- “La presencia” – Luciana Briceño, Lucía Ittermann y Rocío Maidana.
2- “La casa abandonada” - Abril Tenis y Sofía Zacarías.
3- “La bruja Pepita” - Siomara Paiva, Janet Reynoso y Rocío Sotelo.
4- “No invoques a lo desconocido” - Raimundo Fermín Albarracín y María Cecilia Guionet.
5- “¿Fueron sueños?” - Araceli Ojeda.
6- “Mi gata negra” - María del Rosario Piaggio.
7- “Presencias extrañas en mis sueños” - Daiana Ayelén Baez, Ángel Behrens, Daniela Paola Bidal y Micaela Figueredo.
8- “Los hermanos” - Cecilia Formiga, Patricia Giménez y Susana Kippes.
9- “Un verano diferente” - María Eugenia Cornaló, Johana Culpian Walter y Romina Hernández.
10- “Un día lleno de aventuras” - Cristina Martinoli, Daiana Noto y Karen Población.
11- “Las hadas curiosas” - Ornella Angelina Carlino.
12- “Cristina y su primera noche de miedo” - Silvia Barrios, Estefanía Brundes y Gabriela Carruega.
1- “La presencia” – Luciana Briceño, Lucía Ittermann y Rocío Maidana.
2- “La casa abandonada” - Abril Tenis y Sofía Zacarías.
3- “La bruja Pepita” - Siomara Paiva, Janet Reynoso y Rocío Sotelo.
4- “No invoques a lo desconocido” - Raimundo Fermín Albarracín y María Cecilia Guionet.
5- “¿Fueron sueños?” - Araceli Ojeda.
6- “Mi gata negra” - María del Rosario Piaggio.
7- “Presencias extrañas en mis sueños” - Daiana Ayelén Baez, Ángel Behrens, Daniela Paola Bidal y Micaela Figueredo.
8- “Los hermanos” - Cecilia Formiga, Patricia Giménez y Susana Kippes.
9- “Un verano diferente” - María Eugenia Cornaló, Johana Culpian Walter y Romina Hernández.
10- “Un día lleno de aventuras” - Cristina Martinoli, Daiana Noto y Karen Población.
11- “Las hadas curiosas” - Ornella Angelina Carlino.
12- “Cristina y su primera noche de miedo” - Silvia Barrios, Estefanía Brundes y Gabriela Carruega.
13- “El gato de Yucatán” - Magalí Alanís y Eliana Fuentes.
14- “La aparición del fantasma” - Luciana Lasque.
15- “Un sueño imposible de olvidar” - Magalí Buzzato, Guadalupe Guardia y Diana Herrlein
16- “Secretos sepultados” - Facundo Chamorro.
17- “La anciana solitaria” - Micaela Castro y Micaela Ravena.
18- “Mi amigo felpudo” - Daiana Ayelén Ramírez.
19- “Ecos” - Luciana Monzón y Luz Salvador.
20- “Mi dulce nona” - Fernández, Fátima - Fernández, Julieta.
21- “El mejor cumpleaños de mi vida” - Rita Moreyra
22- “Los días de locura existen” - Daniela Hernández, María Luz Horta y Tamara Mazo.
23- “Una noche calurosa” - Celia Oviedo y Lucrecia Salina.
24- “Los relatos de la abuela” - Victoria Sosa y Lucía Tejera.
25- “Una noche de acoquinamiento” - Micaela Castro y Micaela Ravena.
14- “La aparición del fantasma” - Luciana Lasque.
15- “Un sueño imposible de olvidar” - Magalí Buzzato, Guadalupe Guardia y Diana Herrlein
16- “Secretos sepultados” - Facundo Chamorro.
17- “La anciana solitaria” - Micaela Castro y Micaela Ravena.
18- “Mi amigo felpudo” - Daiana Ayelén Ramírez.
19- “Ecos” - Luciana Monzón y Luz Salvador.
20- “Mi dulce nona” - Fernández, Fátima - Fernández, Julieta.
21- “El mejor cumpleaños de mi vida” - Rita Moreyra
22- “Los días de locura existen” - Daniela Hernández, María Luz Horta y Tamara Mazo.
23- “Una noche calurosa” - Celia Oviedo y Lucrecia Salina.
24- “Los relatos de la abuela” - Victoria Sosa y Lucía Tejera.
25- “Una noche de acoquinamiento” - Micaela Castro y Micaela Ravena.
La presencia
El ruidoso ventilador se escuchaba desde lejos. Entretanto Jonh se incorporaba lentamente de su cama al no poder dormir por el molesto sonido que ocasionaba el aparato.
Se dirigió temeroso ante la oscuridad y la magnitud de su hogar hacia el salón principal para apagarlo. En el recorrido pudo apreciar la vela prendida que había olvidado en el baño. Fue hasta allí, la apagó, acarició a su gato y decidió volver con mucha cautela a la soledad de su cama.
Mientras volvía por los extensos pasillos pensaba en aquella noche, él ahora vivía con un miedo constante, sentía su presencia en cada rincón: su vestido negro, sus cadenas arrastrándose sobre el piso, su olor nauseabundo y mas que nada sus ojos aterradores, llenos de odio, furia y maldad.
En el pueblo ya se comentaba su existencia y sus visitas en los hogares vecinos. Todos conocían la historia: algunos le decían el viejo Miller, el anciano vagabundo. Él vivía felizmente con esposa e hijos, hasta que un día su familia desapareció envolviéndose en una trama de locura e insensatez por encontrarlos. Había comenzado a entrar sin permiso en los hogares rompiendo los ventanales de las mismas. Después de su muerte el pueblo se sintió aliviado, pero todo seguía el mismo rumbo, ya no los visitaba el viejo Miller pero, sí su espíritu.
Una mañana fría, Jonh salió a contemplar la naturaleza y al levantar la vista vio que se acercaba el sacerdote del barrio con su larga túnica sostenida por sus doradas cuerdas y la tan llamativa melena llena de canas que se negaba a ocultar. Lo saludó, y al verlo tembloroso por el frío, lo invitó a pasar a tomar una taza de café.
Al empezar la conversación fue inevitable no contarle lo que estaba ocurriendo en su casa. El sacerdote preocupado con la narración del joven, lo tomó de la mano y dulcemente le dijo: -Hijo, quedate tranquilo...yo sacaré a ese demonio de tu hogar.
El sacerdote abrió su biblia y bendijo el vino convirtiéndolo en la sangre de Cristo. Lo miró decididamente y ambos comenzaron a rezar. Se pusieron de pie y rociaron el vino por la casa; exorcizaban a Miller de esta.
Ambos pudieron sentir que había vuelto. El cura se esmeraba en rezar cada vez más alto, cada vez más intenso, con el fin de que el viejo no les hiciera daño. Las gotas de vino caían por los azulejos de la casa y manchaban las manos que sostenían las sagradas escrituras del padre. De repente John notó que al salir el espíritu algo se desprendió de él; al acercarse tomó un pedazo de fotografía del piso, era su familia, la familia de Miller. Al dar vuelta a ese retrato, encontró detallados los nombres de su mujer y sus hijos.
Esperamos que Jonh no entienda esta foto como la responsabilidad de volver a buscar a su familia. Que la historia se detenga, que no se repita...
Se dirigió temeroso ante la oscuridad y la magnitud de su hogar hacia el salón principal para apagarlo. En el recorrido pudo apreciar la vela prendida que había olvidado en el baño. Fue hasta allí, la apagó, acarició a su gato y decidió volver con mucha cautela a la soledad de su cama.
Mientras volvía por los extensos pasillos pensaba en aquella noche, él ahora vivía con un miedo constante, sentía su presencia en cada rincón: su vestido negro, sus cadenas arrastrándose sobre el piso, su olor nauseabundo y mas que nada sus ojos aterradores, llenos de odio, furia y maldad.
En el pueblo ya se comentaba su existencia y sus visitas en los hogares vecinos. Todos conocían la historia: algunos le decían el viejo Miller, el anciano vagabundo. Él vivía felizmente con esposa e hijos, hasta que un día su familia desapareció envolviéndose en una trama de locura e insensatez por encontrarlos. Había comenzado a entrar sin permiso en los hogares rompiendo los ventanales de las mismas. Después de su muerte el pueblo se sintió aliviado, pero todo seguía el mismo rumbo, ya no los visitaba el viejo Miller pero, sí su espíritu.
Una mañana fría, Jonh salió a contemplar la naturaleza y al levantar la vista vio que se acercaba el sacerdote del barrio con su larga túnica sostenida por sus doradas cuerdas y la tan llamativa melena llena de canas que se negaba a ocultar. Lo saludó, y al verlo tembloroso por el frío, lo invitó a pasar a tomar una taza de café.
Al empezar la conversación fue inevitable no contarle lo que estaba ocurriendo en su casa. El sacerdote preocupado con la narración del joven, lo tomó de la mano y dulcemente le dijo: -Hijo, quedate tranquilo...yo sacaré a ese demonio de tu hogar.
El sacerdote abrió su biblia y bendijo el vino convirtiéndolo en la sangre de Cristo. Lo miró decididamente y ambos comenzaron a rezar. Se pusieron de pie y rociaron el vino por la casa; exorcizaban a Miller de esta.
Ambos pudieron sentir que había vuelto. El cura se esmeraba en rezar cada vez más alto, cada vez más intenso, con el fin de que el viejo no les hiciera daño. Las gotas de vino caían por los azulejos de la casa y manchaban las manos que sostenían las sagradas escrituras del padre. De repente John notó que al salir el espíritu algo se desprendió de él; al acercarse tomó un pedazo de fotografía del piso, era su familia, la familia de Miller. Al dar vuelta a ese retrato, encontró detallados los nombres de su mujer y sus hijos.
Esperamos que Jonh no entienda esta foto como la responsabilidad de volver a buscar a su familia. Que la historia se detenga, que no se repita...
Luciana Briceño, Lucía Ittermann Lucey y Rocío Maidana.
1ro. Especial
1ro. Especial
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La casa abandonada
En una granja, desde hacía más de treinta años, habitaba un granjero con su familia. Su nombre era Julio. Él se dedicaba a la cosecha y a la cría de ganado. Era un hombre muy trabajador que vivía muy feliz en el campo que había heredado de sus abuelos.
Una tarde salió a comprar algunos materiales que le hacían falta para reparar su ventilador y un colchón nuevo para su cama. El almacén quedaba muy lejos, así que agarró algunas velas y se dirigió a montar su mejor caballo. Durante el viaje notó que su corcel estaba asustado debido a que se encontraron con un gato bastante malhumorado que, luego de unos minutos, no dudó en lastimarlo con sus garras. El granjero no tuvo más opción que detener su viaje por unos minutos para poder curar a su caballo. Sin darse cuenta la noche se le vino encima. Por este motivo, decidió buscar un sitio cercano para pasar las horas nocturnas. Dejó a su compañero descansando junto a un viejo árbol y sin problemas logró hallar una casa cercana al lugar, donde había un gran ventanal, una cama y una mesita que encima tenía un par de cosas que estaban allí desde hacía muchos años. Ahí también colocó su cuerda; la casa parecía estar abandonada.
Luego de unos minutos recorriendo el espacio se dio cuenta que en las almohadas había canas y manchas de vino. Sin darle importancia, salió para ver cómo estaba su caballo. De sorpresa le tomó saber que estaba curado. Como era demasiado tarde para seguir camino decidió volver a la casa y acortarse en la cama. De inmediato cerró sus ojos y se durmió. Al cabo de un tiempo escuchó un ruido que lo despertó. Al levantarse tomó una de sus velas, seguidamente comenzó a caminar observando todo a su alrededor. Tiempo después su mirada se cruzó con una sombra oscura. Enseguida recordó las palabras que su abuelo le repetía de pequeño: "Julio, hijo, la luz es brava, nunca te acerques, que no te gane la curiosidad". Entonces trató de alejarse, pero aquella lo perseguía. De un momento a otro, sin darse cuenta, miró hacia atrás y la luz ya no estaba.
Salió de la casa y retomó su viaje, aunque esta vez, de vuelta a su hogar. En el camino vio varios animales muertos: vacas, chanchos, caballos, ovejas. Se preguntó qué mal habían hecho esos inofensivos animales para recibir tanto castigo. Imágenes tan dolorosas lo envolvieron en un llanto angustiante. Levantó la mirada y vio la luz incandescente de nuevo. Cargado de ira empezó a gritar y a rogarle a Dios que lo protegiera. Sacó de su bolsillo la escritura de una oración, la leyó en voz alta y, como si Dios hubiese escuchado, la luz aterradora volvió a desaparecer.
Al llegar a su casa, después de tanto tiempo, sus familiares preocupados le preguntaron qué le había sucedido. Él les comentó cada detalle de su día que era de no creerse. Sin embargo, su abuelo que se encontraba allí le contó que años atrás también había vivenciado ese hecho aterrador.
Luego del paso de una semana, ambos decidieron volver a adentrarse en aquel lugar para enfrentarse nuevamente con la luz.
Al encontrarse con ella la atraparon y descubrieron que era el espíritu de un anciano malvado que se alojaba ahí. Varias horas de enfrentamiento pudieron convencerlo para que se marchara del pueblo y así lograr que ninguna persona más vivenciara esa pesadilla.
Una tarde salió a comprar algunos materiales que le hacían falta para reparar su ventilador y un colchón nuevo para su cama. El almacén quedaba muy lejos, así que agarró algunas velas y se dirigió a montar su mejor caballo. Durante el viaje notó que su corcel estaba asustado debido a que se encontraron con un gato bastante malhumorado que, luego de unos minutos, no dudó en lastimarlo con sus garras. El granjero no tuvo más opción que detener su viaje por unos minutos para poder curar a su caballo. Sin darse cuenta la noche se le vino encima. Por este motivo, decidió buscar un sitio cercano para pasar las horas nocturnas. Dejó a su compañero descansando junto a un viejo árbol y sin problemas logró hallar una casa cercana al lugar, donde había un gran ventanal, una cama y una mesita que encima tenía un par de cosas que estaban allí desde hacía muchos años. Ahí también colocó su cuerda; la casa parecía estar abandonada.
Luego de unos minutos recorriendo el espacio se dio cuenta que en las almohadas había canas y manchas de vino. Sin darle importancia, salió para ver cómo estaba su caballo. De sorpresa le tomó saber que estaba curado. Como era demasiado tarde para seguir camino decidió volver a la casa y acortarse en la cama. De inmediato cerró sus ojos y se durmió. Al cabo de un tiempo escuchó un ruido que lo despertó. Al levantarse tomó una de sus velas, seguidamente comenzó a caminar observando todo a su alrededor. Tiempo después su mirada se cruzó con una sombra oscura. Enseguida recordó las palabras que su abuelo le repetía de pequeño: "Julio, hijo, la luz es brava, nunca te acerques, que no te gane la curiosidad". Entonces trató de alejarse, pero aquella lo perseguía. De un momento a otro, sin darse cuenta, miró hacia atrás y la luz ya no estaba.
Salió de la casa y retomó su viaje, aunque esta vez, de vuelta a su hogar. En el camino vio varios animales muertos: vacas, chanchos, caballos, ovejas. Se preguntó qué mal habían hecho esos inofensivos animales para recibir tanto castigo. Imágenes tan dolorosas lo envolvieron en un llanto angustiante. Levantó la mirada y vio la luz incandescente de nuevo. Cargado de ira empezó a gritar y a rogarle a Dios que lo protegiera. Sacó de su bolsillo la escritura de una oración, la leyó en voz alta y, como si Dios hubiese escuchado, la luz aterradora volvió a desaparecer.
Al llegar a su casa, después de tanto tiempo, sus familiares preocupados le preguntaron qué le había sucedido. Él les comentó cada detalle de su día que era de no creerse. Sin embargo, su abuelo que se encontraba allí le contó que años atrás también había vivenciado ese hecho aterrador.
Luego del paso de una semana, ambos decidieron volver a adentrarse en aquel lugar para enfrentarse nuevamente con la luz.
Al encontrarse con ella la atraparon y descubrieron que era el espíritu de un anciano malvado que se alojaba ahí. Varias horas de enfrentamiento pudieron convencerlo para que se marchara del pueblo y así lograr que ninguna persona más vivenciara esa pesadilla.
Abril Tenis y Sofía Zacarías
1ro. Especial
1ro. Especial
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La bruja Pepita
A lo lejos, en un gran descampado de color verde y morado se apreciaba un castillo pequeño con un techo agujereado y paredes blancas, tan suaves como un algodón. Allí vivía Pepita, una bruja solitaria, gruñona y encantadora. Por una de sus puertas se podía apreciar cómo los rayos de luz del sol iluminaban toda su casa elevando la temperatura. A Pepita le dio calor y empezó a quedar colorada como un tomate. Por eso decidió prender un ventilador lleno de telarañas que era de su madre. Ya sin nada para hacer, sin amor ni felicidad, fue a su habitación, se sentó en su cama de plumas pensando si algún día alguien se enamoraría de ella. Fue entonces que se le ocurrió hacer un hechizo con velas amarillas, flores grandes, líquidos rojos como el fuego y azules como el mar, y creó una poción de enamoramiento.
A la mañana siguiente vio un gato muy llamativo con bigotes y uñas largas que estaba rodeando su castillo. Pepita decidió probar su hechizo con ese animalito para convertirlo en una persona. Le dio de beber de esa poción en un jarrón viejo de porcelana que tenía guardado en su cuarto de instrumentos de cuerdas. Se preguntó: “¿funcionará?”. Pasaban las horas y Pepita inquieta empezaba a perder las esperanzas y su cabello comenzaba a quedar lleno de canas, hasta que sintió un ruido muy fuerte como un cohete que venía del patio. Se asomó y el gato ya no estaba, solo había una silueta muy rara, como si fuera un fantasma, que estaba sentada en el suelo acompañada de infinitas ratas negras. Se dio cuenta que esa silueta era él, el hombre que ella tanto esperaba que se convirtiera en su amor. Fue hacia ella con un manojo de flores, le tomó la mano y le dijo a su oído gigante y puntiagudo que él tenía la cura para su tristeza y amor.
Pepita sabía que al pasar la media noche la alegría se terminaría. Ellos decidieron poder disfrutar las pocas horas que le quedaban, el hechizo se evaporó y ella se entristeció. Tomó su gran cohete y a la luna se marchó. Muy feliz y contenta a la espera de otro príncipe quedó.
A la mañana siguiente vio un gato muy llamativo con bigotes y uñas largas que estaba rodeando su castillo. Pepita decidió probar su hechizo con ese animalito para convertirlo en una persona. Le dio de beber de esa poción en un jarrón viejo de porcelana que tenía guardado en su cuarto de instrumentos de cuerdas. Se preguntó: “¿funcionará?”. Pasaban las horas y Pepita inquieta empezaba a perder las esperanzas y su cabello comenzaba a quedar lleno de canas, hasta que sintió un ruido muy fuerte como un cohete que venía del patio. Se asomó y el gato ya no estaba, solo había una silueta muy rara, como si fuera un fantasma, que estaba sentada en el suelo acompañada de infinitas ratas negras. Se dio cuenta que esa silueta era él, el hombre que ella tanto esperaba que se convirtiera en su amor. Fue hacia ella con un manojo de flores, le tomó la mano y le dijo a su oído gigante y puntiagudo que él tenía la cura para su tristeza y amor.
Pepita sabía que al pasar la media noche la alegría se terminaría. Ellos decidieron poder disfrutar las pocas horas que le quedaban, el hechizo se evaporó y ella se entristeció. Tomó su gran cohete y a la luna se marchó. Muy feliz y contenta a la espera de otro príncipe quedó.
Siomara Paiva, Janet Reynoso y Rocío Sotelo
1ro. "A"
1ro. "A"
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