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Reino de naipes

by Martina Candiano

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Pero tal vez todo eso solo existió en mi imaginación porque solo bastó un mensaje. Un mensaje. A  veces  eso es suficiente para romper corazones y destruir castillos de naipes.

Pasaron quince horas en las que no tuve noticias de él, cerca del anochecer durante una de aquellas hermosas lluvias de otoño recibí un mensaje de su hermano. Él había muerto.

Sentí mi corazón romperse en millones de pedazos, la desesperación trepó por mi garganta arrancándome  un grito desgarrador. Caí de rodillas y me sentí fallecer. El amor de mi vida y la única persona que me amó desde lo más profundo de su corazón, había abandonado este mundo, este espacio, este aire.
Me prometí no llorar por su partida, intenté ser fuerte y sonreír como tanto le gustaba que hiciera; pero mientras veo a las estrellas brillar como burlándose de su ausencia, algunas lágrimas se escapan al pensar en lo afortunada que fui al haber sido amada, al menos por una suma finita de segundos, demasiado finita.

El dolor en mi corazón es inmenso, sin embargo, no lo cambiaría por el vacío que existía antes de que él irrumpiera en mi vida, antes de que le permitiera hacerlo. Ahora mientras miro el infinito horizonte reflejado en el mar sé con certeza lo que debo hacer en su memoria.  Seguiré mi camino guardando en lo más profundo de mi corazón el recuerdo de su risa, continuaré con nuestros sueños como sé que desearía que hiciera.

Lo haré por nuestros recuerdos, lo haré por la marca que dejó en mi corazón y por la cicatriz en mi alma que sanará solo cuando vuelva a sentir sus brazos a mí alrededor. Lo haré por él, por mí,  por nuestro reino de naipes.
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