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Reino de naipes

by Martina Candiano

Pages 2 and 3 of 6

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Era otoño, para mí la estación del amor ya que  todo se ve más romántico en tono café y rojizo, los días tienen el clima perfecto para una cita y el ambiente ideal para que nazca el amor. El aroma a tierra húmeda  enriquece el paisaje, aumentando el romanticismo.
Una de aquellas tardes otoñales, la más hermosa, si el lector me  permite recordar, nos conocimos. Tal vez por casualidad o suerte,  ahora en esta inmensidad de silencio infinito me permito reflexionar, nuestros caminos se juntaron. Me gusta pensar que, aunque no nos hubiésemos visto ese día, de igual forma hubiésemos terminado conociéndonos  en algún momento o instante  de nuestras vidas.
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Durante meses solo hubo miradas discretas entre los dos en las que saltaban chispas de mil colores que me hacían sentir una electricidad estremecedora, tal vez una que otra caricia entre nuestras manos que solo lograron aumentar el deseo de tenernos el uno al otro y puedo jurar que a simple vista nuestra atracción era inefable. La ardua espera me llevó a pensar que tal vez todo sería platónico, sin embargo, valió la pena porque llegó aquel tan esperado día en el que me invitó a salir. Me sentía eufórica, la emoción no cabía en mi cuerpo y el escuchar su ronca voz pronunciar aquella frase mi piel se erizó. Jamás me sentí tan frágil y fuerte a la vez, en ese momento no hubiese podido describirlo así. Hoy, la distancia de los hechos me lo permite.
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Luego nuestra primera cita todo fue hermoso, casi perfecto podría decir. Tuvimos encuentros inolvidables, intercambiamos mensajes durante muchas madrugas, compartimos besos cariñosos y apasionados y aquellas miradas escurridizas se convirtieron en nuestro ferviente lazo. Me sentía en una nube rosada, llena de amor y pasión; supe desde el primer instante que si caía de ella, el reino de naipes que  habíamos comenzado  a construir juntos, terminaría destruido.
Sin embargo,  en mi cabeza el rumbo de nuestra relación era ideal, nadie entiende cómo pude enamorarme en tan poco tiempo, pero así fue. El amor no tiene tiempo, es una gran compuerta que una vez abierta deja salir todo, mezclado, confuso, salvaje. Nadie puede ni quiere ordenar el amor.  Caí profundamente en sus ojos color oliva,  su pelo azabache y los hoyuelos de  sus mejillas. Caí por esa sonrisa hipnótica  y esa mirada tan llena de amor y cariño que estaba destinada solo para mí. Caí, caí y caí…por aquellos besos en la frente, por las canciones susurradas al oído, por cómo su mano sostenía la mía con tanta seguridad. No pensé que hubiese un final para nosotros o para nuestro amor.
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