Un día en la bahía más bonita del mundo

Debíamos permanecer en el mar hasta que transcurrieran tres días y a pesar de que lo deseara, debía aguardar el momento adecuado. Realizaba mi trabajo sin descanso, era agotador, pero les debía algo; a la tripulación y al capitán, ellos que me dieron una oportunidad de vivir, sentir y amar.&nbsp; Todavía recuerdo aquel día como si fuera ayer, aquella terrible, pero hermosa mañana en la que una carta de desahucio llegó a mi buzón, esta noticia me chocó, ¿Qué haría ahora? Mi hogar era lo último que me quedaba, sin él, ¿Qué sería de mí?&nbsp; Horas después ya estaba abandonada en la calle, era una fría y oscura noche. Después de aquel suceso no podía pensar con claridad, mis pensamientos estaban desperdigados por mi mente y solo existía una idea fija ¿Qué debía hacer? Necesitaba un nuevo hogar, necesitaba aquella seguridad con la que sentía que podía realizar todo lo que me propusiera, aquel apoyo que anteriormente había recibido, lo necesitaba de vuelta.&nbsp; “¿Estás bien?”&nbsp;Fue lo único que escuché, una cálida voz inundaba mi cabeza, ¿Quién era aquella persona? Sería quien me salvó y me brindó una nueva oportunidad de vivir. Entonces reaccioné rápidamente, levanté la cabeza hasta que mis ojos se cruzaron con los suyos. Después de una acelerada conversación llegamos a un acuerdo: Ellos compartirían su hogar conmigo, a cambio, yo realizaría las tareas del barco. Aquello me llenó de alegría, sentí que no estaba sola.&nbsp; Transcurridos los tres días, por fin pudimos llegar a nuestro destino y allí encontrar nuestros caminos, una nueva aventura comenzaba. Alba Fernández de Bobadilla Prado

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La contaminación &nbsp; Érase una vez una bella mañana en la Bahía de Santander, donde la gente paseaba. El 14 de noviembre de 2015 se hizo un pequeño puesto de helados al lado del Bahía. Ese puesto contaminaba mucho el mar, ya que la basura que almacenaban en ese puesto se tiraba allí se tiraba. Los vecinos ya hartos de ver la basura flotando y muchas especies muertas denunciaron el puesto.

Es aquí donde empieza nuestra historia, que, les aseguro, no es escoria. Han pasado ya sus años desde que unos pescadores un tanto extraños se echaron a la mar esperando allí pescar. Redes a un lado, redes al otro, y bajo el pesquero solo hay alboroto; atunes, sardinas y truchas, contra las redes dispusieron grandes luchas. Pero ya era de esperar, casi es una costumbre que ganaran los buitrones, toda una certidumbre. Una pesca abundante; alguna tonelada, dice el comandante. Fue depositando la mercancía cuando un monstruo marino pasaría, moviendo el ancla del pesquero como si no fuera puro acero. “¡Levad el ancla!” ordenó el comandante, no llegó a pasar ni un instante hasta que el barco volcara tras golpe semejante. Naufragaron todos hasta la costa para encontrarse allí, no una langosta, sino un calamar gigante, del que se debería procurar mantenerse distante.&nbsp; Sin embargo, no hubo ningún problema; muerto estaba tras montar tal escena, la cual casi mata a unos marineros, mas no serían los primeros. Acudieron las autoridades, y a rastras se llevaron, sin dificultades, al cadáver del calamar gigante que tal susto dio a la tripulación y al comandante. Javier Rodrigo Alonso

Piensas en todas esas excursiones que hacías en el colegio con tus amigos de la infancia y te das cuenta de que el tiempo pasa y no te enteras, de que todo cambia y sin darte cuenta acabas en la adolescencia pensando en los estudios e intentando escapar. Llega el verano viendo ese atardecer espléndido con tus amigos, mientras habláis de todo lo que no habéis hablado y allí en ese pequeño instante es donde te das cuenta de lo feliz que eres con esas personas y desearías estar allí toda la vida pero vuelve el curso y con él las rutinas. Siempre que puedes, te escapas a ver ese amanecer en esa bahía donde pasan las horas y te acabas encontrando con un montón de llamadas perdidas de la gente preguntándote dónde estás. Porque llevas horas viendo ese amanecer, que ya se ha quitado pero se queda en tu mente con esa bahía de fondo y acabas viendo tus ojos llorosos de la emoción porque es asombroso y te sientes viva. Esa bahía y ese amanecer que te han marcado te marcan y te marcarán siempre. Sofía Prado Trueba

&nbsp;Suelo estar con ellos hasta la hora de ir a cenar, siempre les dejo una prenda de ropa; a veces una bufanda, un guante o un gorro, pero esta vez les deje las tres cosas. A la mañana siguiente mi madre me despertó corriendo porque había mucho desorden en la calle. Había periodistas junto a los raqueros, haciéndoles fotos por sus inusuales prendas. Nadie sabía quién lo había dejado, pero poco a poco se fue haciendo más famoso y la gente se preguntaba quién dejaba aquellas prendas allí, algo que era bueno porque llegaban más turistas para disfrutar de la bahía y descubrir el misterio. Por las noches, cuando todo el mundo estaba durmiendo, yo llevaba las prendas pero esta noche era diferente porque los periodistas habían dejado cámaras, no me di cuenta. A la mañana siguiente, salí en las noticias, la gente me sacaba fotos, me llamaban loca. Yo me callaba, no respondía, hasta en el colegio se enteraron. Me empezaron a perseguir y a reírse de mí por hablar con estatuas. Pero a mí no me importaba. Después del colegio, me fui directamente a la bahía, me puse a hablar con los raqueros. Ya no podía más, cada vez las cosas me salían peor, me resbalé y caí al agua. Mientras me ahogaba, vi a una figura a mi lado apoyándome, susurrando. Ahora ya han pasado 5 años de mi muerte, mis prendas siguen estando en mi maravillosa bahía porque nunca la dejaré. &nbsp; Julia Muñoz Andréu

Bellezas de verano &nbsp; Era 13 de junio y terminaba 1º de la ESO, quedaban meses para empezar 2º, pero antes llegaban las risas, la playa, las noches en el pueblo cantando a todo volumen. Estaba sentada en la bahía de Santander, con mis amigas. La belleza que podía transmitirme ese maravilloso lugar. Durante unos minutos todo me daba vueltas en la cabeza, pero en el centro de todo podía sentir las olas chocando contra los muros, los barcos flotando de un lado a otro y el olor a sal.&nbsp;

Un día en la bahía más bonita del mundo Un precioso día, en la extensa bahía santanderina estaba yo, solitario, dándome un baño en la calmada mar. Me llamo Pablo, aunque me llaman Pablito tengo 12 años y me encanta el agua; en verano siempre procuro ir a la playa todos los días para darme el col que tanto deseo. La natación no es mi punto fuerte, pero controlo muy bien los movimientos acuáticos. Mi afición es el estudio de tsunamis, el balonmano o el ciclismo. A veces, temo al agua. Me siento aprisionado por la idea de que se pueda producir uno aquí, en Santander, en la bahía más hermosa del mundo entero. Sin embargo, aquel día, me sentía muy feliz.

Un día en la bahía más bonita del mundo Imagínate... invierno, frío, cielo azul intenso, el horizonte con la cordillera que me vio nacer con un leve manto blanco y ni una sola nube que me impida disfrutar de mi&nbsp;fotografía real favorita, la bahía más&nbsp;bonita del mundo, mi bahía, la bahía de Santander. Es una de esas mañanas en las que solo necesitas admirar el paisaje para recargar las pilas y afrontar una nueva semana, dejar atrás lo que nos pesa para empezar con fuerzas.

Cuando voy a la bahía creo una burbuja en la que me siento segura, me siento yo. Es el único momento en el que puedo sentir que todo está bien, aunque no lo esté. &nbsp; Volví como casi todas las semanas, pero esta vez no fue igual, sentí un bloqueo, un nudo en la garganta que no me dejó sentirme dentro de mi burbuja. En realidad no entiendo el porqué, pero debía buscar la solución ya que no iba a permitir que en el único momento en el que mi vida aparentaba ser perfecta, aunque fuera por un momento, se derrumbara. &nbsp; Sabía a dónde acudir, como siempre lo había hecho, a mi abuela, es una ayuda inagotable, una fuente de sabiduría, que realmente, aunque la valore menos de lo que debería, es esencial en mi vida. No entiendo el motivo, pero siempre sabe lo que me ocurre, y esta vez no iba a ser distinto. Me explicó que la bahía no debía ser el único lugar en el que fuera feliz, sino que yo debería ser feliz siempre, apoyarme en la bahía o visitarla para relajarme pero que no fuera el hilo del que colgará todo, lo comprendí perfectamente y ese fue el momento en el que mi vida se iba a convertir en lo que yo siempre había buscado, no perfecta sino feliz. &nbsp; Fui a la bahía y fue un momento sublime, me di cuenta de lo que yo necesito que no es perfección sino felicidad, familia, libertad... Y por supuesto la bahía, mi bahía. &nbsp; Sofía Redondo López

Los Raqueros &nbsp; Un día como otro cualquiera, en la hermosa bahía de Santander, los santanderinos y turistas estaban mirando a los raqueros. Miraban a aquellos niños, cómo se tiraban a la ensenada para coger las monedas que les lanzaban, les llamaba mucho la atención. Cuando se iban a ir, todos se dieron cuenta de que les faltaban los bolsos, monederos y carteras,&nbsp;nadie se había dado cuenta de que les habían robado.

Descubriendo la belleza de la bahía por primera vez Un nuevo día comenzaba, podría divisar desde aquel barco la belleza de la bahía a la que me aproximaba. Las olas rompían contra el muelle, desde lejos lo podía escuchar, sonido tranquilizador, tenía la esperanza de poder atracar. Tan solo necesitaba explorar ese lugar, aunque según las órdenes del capitán, aquello tendría que esperar.&nbsp;

Mi amigo se cayó al agua helada, pero yo fui rápido, me quité la ropa y fui a salvarlo.&nbsp; Lo logré, aunque me costó mucho sacarlo por la corriente. Lo llevé a la cuesta de roca y me puse la ropa empapada con la dulce agua que pasaba en los pies. Nos paramos a descansar un poco y para que mi amigo se cambiara de ropa, porque estaba muy empapada, nos fuimos&nbsp;juntos a mi casa para contar a nuestros padres lo que había pasado. Ellos no se lo creían. Cuando terminamos de contarlo, mi amigo se fue de casa con otra ropa que era muy bella y volvió muy contento a su casa por haber vivido la gran aventura que nos pasó. Cristian Merino López

Una perspectiva fría, la que veía aquel muchacho, pues un mal presagio temía. Paco contemplaba aquel paisaje, trágico para él, pero para otros bello era, mas para él lo sería sin tal ausencia. Con lágrimas en los ojos echó un último vistazo al mar antes de irse. Entonces vislumbró un majestuoso y resplandeciente delfín, que se desvanecía en el agua, mientras contemplaba El Puntal, que le pareció grandioso. &nbsp;Él comprendió que la vida puede ser maravillosa. Esto le animó a reanudar la búsqueda de sus padres ya hace dos días desaparecidos.&nbsp;Así que, tras un rato pensando averiguó dónde tenía que empezar a buscarlos, en el lugar donde se les había perdido la pista, el Centro Botín. Por lo cual, se dirigió a ese lugar.&nbsp; Allí, se percató de que en el suelo había una carta con una foto de sus padres. Mientras la agarraba con inquietud&nbsp;escuchó unos pasos que se aproximaban hacia él, hasta que hubo un silencio, pero, de repente, sintió que alguien jadeaba tras su nuca. Paco, nervioso y asustado, se dio la vuelta, y detrás de él había una sombra, pero no se veía a nadie. Entonces escuchó la voz de su padre. En ese momento comprendió que la sombra era de su padre. Ellos con alegría de volverse a encontrar se sentaron a contemplar la bahía. Pero... ¿Por qué desaparecieron sus padres? ¿Por qué apareció aquella carta misteriosa? &nbsp; Pablo Arenal Pérez

Pasados muchos años, un grupo de buzos quiere intentar llegar al lugar, y es en Cádiz, donde todos se preparan para la expedición. Un 30 de marzo llegaron a la bahía, todos estaban muy emocionados porque nadie había llegado a ver la ciudad. De repente, Poseidón provocó un tremendo oleaje y el agua absorbió a los buzos. Por suerte, ya tenían la bomba de oxígeno puesta y pudieron empezar a bajar sin problema. Descendieron en vertical y cuando estaban bastante abajo, encontraron una sirena, que se dirigía a explorar la superficie. Todos se sorprendieron y empezaron a preguntarla pero era imposible entenderse y continuaron cada uno su ruta. Después de una larga hora llegaron a tocar fondo, pero no vieron nada, no se rindieron y siguieron nadando hacia el sur en busca de la ciudad. Cada vez les quedaba menos oxígeno, entonces, a uno de ellos, se le cayó la boquilla de la bomba y se acabó ahogado. Los compañeros estaban tristes por la pérdida de un compañero, pero uno dijo: “¡Sí! ¡hay una luz allí, al fondo!”. Todos, asombrados, pensaron que era la ciudad, pero no. Era un enorme submarino que estaba buscando también aquella ciudad misteriosa. Así se dieron cuenta que allí no estaba. Se dieron la vuelta y… ¡la vieron! ¡por fin la encontraron! Siempre estuvo detrás de ellos, pero ninguno se había dado cuenta. Cuando salieron, Poseidón quitó toda el agua que había elevado antes y la ciudad se quedó al descubierto. Las sirenas quedaron&nbsp;libres y llegaron a tierra firme, donde consiguieron adaptarse al medio con el paso del tiempo y convertirse en personas. Aquel grupo de buzos, vivió la mayor experiencia de su vida. Álvaro González Díaz

Nadie había visto ni notado nada, todos estaban alucinando y no sabían que había podido pasar. Se pusieron a mirar hacia los lados, pero no vieron nada ni a nadie. A los pocos días fuimos, yo, la inspectora Patricia y mi colega la inspectora Martina. Éramos unas profesionales en casos de robos, era nuestra especialidad, e íbamos a investigar los casos de robo en la bahía.&nbsp; Empezamos a investigar como si no hubiera un mañana. Lo primero que hicimos fue interrogar a todos los presentes y a las víctimas del atraco. Las víctimas me dijeron que ellos estaban viendo a los raqueros, y que al irse una señora vio que la habían robado y el resto empezó a comprobarlo. &nbsp; Llamé a mis compañeras de trabajo. A continuación, pusimos un plan en marcha, mientras la gente miraba a los raqueros pusimos a las agentes Julia y Miriam entre el público, Laura y Anjara,&nbsp;vigilando la zona.&nbsp; Ese día no robaron a nadie, estuvimos unas semanas haciendo lo mismo, y en la última semana Anjara, vio algo extraño. Una anciana estaba apartada del resto, pero ella no dijo nada y se dispuso a vigilarla. De repente Anjara, vio cómo iba robándole el dinero a las personas. Avisó por el walkie talkie, y la atrapamos después de tanto investigar. Y aquella deslumbrante bahía quedó fuera de peligro. &nbsp; Patricia Rozas Nicolás

Hemos ido de punta a punta, a la playa de Somo, a la Magdalena...que por cierto, tienen unas aguas cristalinas y a muy buena temperatura. Además, hemos hecho piragüismo, submarinismo y un largo etcétera de actividades que nos han&nbsp;fascinado a todos. Mis compañeros y yo hemos ido a almorzar a la playa de “Los peligros” y a posteriori hemos ido a ver “El Centro Botín”, tanto por dentro como por fuera. Hemos subido a su azotea y los guías nos han relatado y enseñado las paredes con las que está hecho el museo, es muy cautivador porque plasma la luz reflejada del mar. Y no os lo vais a creer pero yo no conocía que hubo un gran incendio en Santander, “El incendio del Cabo Machichaco”, en 1893 hubo una fuerte explosión de un barco de vapor, y hoy en día, en el centro de la ciudad, hay un monumento emblemático a dicho incendio, verdaderamente impresionante ¿Verdad? Laura Lavín Alonso

Estoy en mi casa despertándome y acordándome de que llego tarde a mi cita con el mar, lo que significa que me voy a navegar con mi barco. Después de haberme vestido y haber preparado las maletas, por fin he llegado a mi objetivo. Mi barco se llama Lady Shark y es el más bonito de todo el puerto. Tiene un motor de gas comprimido, fue más caro, pero mereció la pena, porque así el mar queda limpio. Me invade la agradable sensación de solamente disfrutar en él.&nbsp; Días más tarde... Estoy en paz porque no hay ruidos, solo silencio, el mar y yo. También me pongo triste porque tengo que volver. Se me había acabado este tiempo feliz&nbsp;pero no tenía otra opción. Partí, después de haber recogido la cubierta. Cuando me quedaba poco para llegar al puerto, oí un sonido extraño, ¿será mi barco? El ruido desapareció y el barco se paró, pero tenía que llegar, una onda diferente me transportó lejos de Lady Shark. Abrí los ojos y me encontraba en un lugar extraño. &nbsp;-¿Estás bien?- me preguntó un señor. -Sí, tranquilo, pero... ¿dónde me encuentro?-&nbsp;respondí. -Estás en la bahía de Santander- me respondió con una agradable sonrisa. Extrañado me levanté, le di las gracias e investigué los alrededores y me di cuenta de que estaba en el lugar más sereno y cautivador, de todos los que conocía. Por fin, había encontrado mi paz, mi lugar feliz.&nbsp; &nbsp; Miguel Revuelta Real

Diario de viaje para mi lugar especial&nbsp; Hola, me encuentro en el lugar más precioso en el que he estado, aunque no voy a empezar por el final, allá vamos. Soy Miguel y tengo 30 años, tengo un sueño; viajar y encontrar un lugar espléndido en el que pueda estar feliz y tranquilo porque vivo en Problem City. En este lugar, siempre está tenso el ambiente, con problemas, disputas, y guerras entre todos, por ello quiero ir a un lugar, como decirlo, donde reine la paz.

La bahía de esperanza Entre cantares de pájaros y sonido de olas suaves, las sardinas nadaban un poco preocupadas en una tranquila tarde, en la bahía más bonita que conocían. Fueron acercándose al puerto, o más bien a lo que quedaba de este. Un barco, llamado “Machichaco”, había explotado, trayendo muerte y destrucción a Santander. Desde entonces, en puerto y ciudad reinaban la desesperación y el desaliento. Muchas familias perdieron su casa, y también se había derrumbado parte del puerto.

&nbsp;Así eran sus días, en aquella bahía, contando las olas para no aburrirse, esperando a que alguien tirara limosna.&nbsp; La vida de estos niños a los que llamaban: “Raqueros”, se convirtió en una pequeña historia&nbsp;de esta bonita ciudad. Hoy, esos niños se han convertido en&nbsp;estatuas, unas esculturas de metal, de los cuatro niños,&nbsp;cada uno de ellos en una postura diferente, y que con el paso del tiempo se van oxidando. Están puestos en el lugar de la bahía que frecuentaban. &nbsp;Las vi el otro día cuando paseaba con mi familia por la preciosa bahía de Santander y me di cuenta de todas las cosas que puedes descubrir sin tener que ir muy lejos, también me pregunté: ¿Cuántas monedas pudieron quedar en el fondo de la bahía que no consiguieron coger? Hoy la historia de la vida de aquellos niños se puede leer en el libro: “Los Raqueros”. Esas estatuas forman parte de la historia y cultura de&nbsp;esta pequeña ciudad y un lugar muy visitado, muchas fotos tiene la gente con esos cuatro niños y de fondo,&nbsp;el precioso oleaje, barcos, veleros navegando en&nbsp;el maravilloso mar azul de esta costa con la playa del Puntal a lo lejos y las montañas. Me doy cuenta de lo maravillosa que es esta bahía, una de las más bonitas del mundo y de todas las historias que tiene, desde luego si quieres viajar este es un sitio que deberías visitar. Marina Cruz Campo

Con motivo del Día Internacional del libro, os pasamos nuestro pequeño libro digital. Se trata de una recopilación de los relatos que hemos creado para el Certamen Literario "Dilo en buen español". Descubriréis diversas historias que giran en torno al tema principal "Un día en la bahía más bonita del mundo" y podréis leerlos o escucharlos. Esperamos que os gusten y que disfrutéis con su lectura.

He decidido dedicar mi último año a conocer la mejor bahía que pueda haber, ya sabía que iba a ser difícil, pero no me importaba, yo iba a conseguirlo. &nbsp; Mi viaje empezó en Cádiz; mi lugar de nacimiento. Decidí que sería andando, ya que al solo quedarme un año, quería disfrutarlo al máximo y así emprendí mi viaje. Estuve tres días andando casi sin parar hasta llegar a Toledo donde pasé un día descansando en un hotel. Lo primero que hice fue dormir, estaba agotado. Decidí comer algo así que salí a un restaurante; de repente algo me estaba pasando, sentía como que mis piernas no me respondían y me derrumbé en el suelo. Los asistentes del hotel me llevaron a un hospital. Al parecer había excedido el tiempo que podía estar caminando, porque contra más forzará mi cuerpo menos tiempo me quedaba. Me plantearon no seguir con mi viaje porque iba a acabar destrozado, después de pensarlo decidí seguir con ello porque quería disfrutar al máximo mi preciado tiempo, después de descansar continúe mi camino. Ya habían pasado cuatro días más, y estaba por Palencia, sabía que me quedaba poco tiempo ya que no paraba de llevar a mi cuerpo al límite, pero no me importó seguir caminando hasta la extenuación, cuando de repente. ¡YA HABÍA LLEGADO! &nbsp; Me sentía exhausto, pero feliz. Me relajé mirando las olas y disfrutando lo me quedaba de día, mirando el majestuoso paisaje de la bahía. &nbsp; Mirian Lavín Cuerno

Las ruinas que reposaban junto al puerto, les impedía moverse fácilmente por esa zona, donde iban a menudo a ver a niños jugar. &nbsp; Era precisamente por eso por lo que fueron allí. Antes, un chiquillo, Manoluco, iba al puerto casi diariamente, pero desde la explosión, no le habían visto. Aquel día, con preocupación pero con esperanza, habían ido a comprobar si Manoluco había venido finalmente a verlas, a hablarlas mientras les daba trocitos de pan, lo que era un regalo del cielo para ellas. Sin embargo, al llegar y no ver a nadie, les invadió la desilusión y se alejaron abatidas. ¿Cómo podrían disfrutar del bello atardecer de la bahía sin su mejor amigo? -Bueno- dijo la sardina más sabia. -Seguro que tiene una razón para no venir-. Con estas palabras, todas se fueron a dormir tranquilas. &nbsp; Por fin, llegó el nuevo día. Todas ellas estaban tristes, por lo que fueron a contemplar el bonito amanecer desde el puerto, que siempre les traía esperanza. Al llegar, se llevaron una sorpresa. ¡Manoluco había venido! Les explicó que la explosión le había herido, pero que solo se había roto un brazo. Dijo que había ido al hospital, pero en cuanto pudo vino a verlas. Las sardinas comprendieron que la esperanza no se debe perder, pues todo es posible si hay confianza. &nbsp; Miguel Roldán Lobo

Inspección a la bahía más bonita del mundo En un lugar muy lejano, rodeado de mar, se cuenta que hay una bahía con una playa al fondo. Se dice que debajo de la masa de agua había una ciudad en la que vivían unas hermosas sirenas.

La Bahía de mis Sueños &nbsp; Me llamo Mateo, vivo en un orfanato, cerca de un mar hermoso y una bahía igualmente bella. Pasó un día de verano, el sol brillaba y la temperatura era muy agradable. Disfrutaba leyendo un libro en mi cama, con la ventana abierta que invitaba a la brisa a entrar. En ese momento entró Julia, una de nuestras tutoras, para darme la peor y a la vez mejor noticia de mi vida: Me habían adoptado. El mensaje en un principio me entristeció porque implicaba irme al interior del país, lejos de la costa y abandonando mi querida bahía.

La bahía fantástica &nbsp; Mientras caminaba por la bahía fijé la mirada en un punto negro sobre el cristalino mar. Pensé que sería una piedra, pero mientras más me iba acercando más se asombraban mis ojos, tanto que no era capaz de reaccionar. En cuanto volví a ser coherente, me marché corriendo a contárselo a todo el mundo, ya en la plaza, se lo conté a todos los peatones que se paraban. La gente me miraba como a un loco, hasta que… alguien me creyó.

La bahía mítica&nbsp;&nbsp; La bahía de Santander fue un día un hogar para criaturas fantásticas como “la Anjana” o como “el Ojáncanu”. Pero, además, en esta hermosa bahía habitaba el “Hombre pez”. Estando solo en el fondo del mar, un día llegó un trasgo que tenía un mensaje para el de las demás criaturas pidiéndole que por la noche saliera a la superficie para unirse a ellos. Así el “Hombre pez”, salió a la superficie encontrándose con una Ojáncana y una Anjana, quienes le pedían que las acompañara, mientras que él recordaba a las dos criaturas del año 1790 en un acantilado cuando conoció también a la “Sirenuca de Castro”.

Todas mirábamos nuestros días de verano al otro lado de la barandilla, en esa playa en frente de la bahía. A nuestro lado se encontraban unos adolescentes bajando las escaleras y tirándose desde arriba, con una sonrisa de felicidad en la cara, y pensaba, “yo también quiero”. Tiré a una amiga al agua, no podíamos parar de reírnos, ella subió y me tiró a mí, al final acabamos todas en el agua mojadas enteras, pero llenas de alegría. Al lado nuestro estaban los raqueros, se parecían a nosotras. Nos sacamos una foto al lado de ellos y esperamos tumbadas a secarnos un poco.&nbsp; Cerca nuestro se encontraba el Centro Botín, subimos a la parte de arriba y miramos nuestro frente, la Playa del Puntal. Nos miramos y cogimos un barco para que nos llevara a esa playa. Nos colocamos en el mejor sitio y miramos hacia el frente. ¡Qué hermosura! Se veía de lejos la grúa de piedra, el Centro Botín, el Ferry desembarcando, las diminutas personas observando la bahía. Tomábamos el abrasador y radiante sol, mientras las olas chocaban unas con otras. Todas éramos felices y sabíamos que nada nos iba a impedir que este fuese el mejor verano de nuestra vida. &nbsp; Adriana del Sol Saiz

En un momento dado, noté un leve movimiento de la tierra, como si el planeta se hubiera chocado con algo. No le di mucha importancia. Al rato, noté otro ligero temblor. Me irrité mucho. A los 10 minutos, me percaté de que el agua había descendido unos ocho metros hacia el interior del mar. Ahí ya me empecé a alarmar, ya que lo que acababa de pasar eran notables indicios de un tsunami.&nbsp; Me quedé paralizado vislumbrando las miles de personas que sobre la arena reposaban. Empecé a chillar, pero nadie me oía. Decidí llamar a emergencias. ¡Como podía ser que nadie se hubiera percatado del asunto! Telefoneé a emergencias, y les puse al corriente del panorama que tenía entre manos. Rápidamente, emergencias alertó a todo el mundo del desastre que estaba a punto de pasar. Los sismogramas reproducían garabatos muy grandes, lo que significaba lo que todos sabían. Yo me entretuve demasiado evacuando a todos los que se quedaron grabando.&nbsp; Lo único que recuerdo es ver a la gente corriendo y gritando. Allí, me arrasó la ola. Desgraciadamente, fallecí entre el sonido, entre las olas, donde mi alma fluye, donde me puedes ver cada vez que mires el mar. Andrés Gómez Velasco

A la pesca de lo imposible Remontando a inicios sea por gusto, o por vicios, fue el mar quien contento tierra comió, yo no miento. Y es ahora, en el presente un lugar del que soy consciente; paraíso de todo ser, un sitio al que ir pero del que no volver.&nbsp;

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Un día en la bahía más bonita del mundo

Nuestros relatos para el Certamen Literario: "Dilo en buen español"

Un día en la bahí más bonita del mundo Yo iba caminando con mi amigo por la bahía. íbamos mirando las bellas olas que rompen en la gran pared. Pensábamos en echarnos un chapuzón en la fresca agua de la bahía pero estábamos en el invierno, cuando de mañana el viento pega mucho y el agua se empieza mover como si fuera el río Ebro con mucho relieve. Nos sentamos en un banco y comimos un bocata mientras el mar rompía en la pared.&nbsp;

Navegando por la bahía ¡Hola papás! Ya hemos llegado a Santander ¿Sabéis que tiene una de las bahías más bonitas del mundo? Es deslumbrante la gran variedad de animales marinos que hay, y afortunadamente los propietarios del “Museo Marítimo” nos han concedido la oportunidad de poder adentrarnos en el mar con la gran cantidad de tipos de especies marinas. Sinceramente, nunca imaginé que iban a ser tan magníficas las aguas de&nbsp;la Bahía de Santander.

Por las mañanas, salía a pescar a bordo de mi barco pesquero y por las noches llegaba a costa, normalmente con la sensación de esfuerzo, forjada y con la alegría de ver otra vez la preciosísima ciudad. Preciosa no durante mucho tiempo; esa noche cuando llegué, vi un potente color proveniente de la calle Cádiz, ¡unas grandes llamas estaban quemando media ciudad! En ese momento no pude hacer nada, me quedé en mi barquito contemplando la enorme catástrofe. Cuando amaneció, las largas cuchillas seguían calcinando lo que era la hermosa ciudad y para aumentar la tragedia, hubo unas rachas de viento proveniente del sur, de más de 100 km/h.&nbsp; Medio mes después, el último foco se extinguió, muchas familias se habían quedado sin casa ni comida. Al día siguiente salí con mi barquito a pescar y conseguí una gran cantidad de lubinas, la mayoría de estas, fueron a la boca de los habitantes necesitados, sin coste alguno, las doné. Me recordaba al año 1893, cuando explotó el barco neocastrense que iba cargado de dinamita, en el momento en el que apenas tenía 10 años.&nbsp; Esta fue parte de la historia de nuestra suprema ciudad, Santander. Aarón Abascal Ruiz

Un día como cualquier otro,&nbsp;fui a ver a través de mi ventana la bahía que tengo en frente de mi casa. Me asomé y no pude creer lo que vi. Había unas llamas al principio de la calle que poco a poco se hacían más grandes, provocando así un incendio descontrolado. Por donde pasaban las llamas color rojo vivo, quemaban y arrasaban con todo. &nbsp; Unos minutos después, un helicóptero a lo lejos se escuchaba cada vez más cerca. Cuando lo pude divisar en mi campo de vista, pude fijarme en que traía agua. Segundos más tarde el agua ya se expandía por las calles de Santander, extinguiendo el fuego completo. &nbsp; Esa misma tarde decidí ir al ayuntamiento a proponer una idea que me había surgido a lo largo del día. Llegué, atravesé los pasillos y al tocar la puerta oí un “pase”. Entré y ahí me esperaba una mujer esbelta y de alta estatura, crucé un par de miradas con ella y procedí a contarle mi idea. Al cabo de algunos días se dio el comunicado de que se pondría un nuevo sistema antiincendio. El agua de nuestra bahía servirá para apagar cualquier incendio de las calles de Santander, dándole así un doble uso: que no fuera solo para admirar las hermosas y cristalinas aguas de la bahía más bonita del mundo. &nbsp; Martina Gómez Quintanilla

Mi maravillosa bahía &nbsp; El otro día estaba con mis amigos por el centro de Santander y vimos algo espectacular, que ya habíamos presenciado más veces pero cada vez que pasamos por allí alucinábamos con lo que percibíamos, una de las bahías más bonitas del mundo delante de nosotros.

Raqueros es su nombre, ¡qué nombre más agraciado! Ciertamente, opino que este paisaje es espléndido, consta de un mar azul, que el sol deja reflejado. Aunque prefiero sentarme en estos marrones bancos, donde asombrado me quedo al ver la escultura de José Hierro cortado en láminas, ¡qué hermoso trazado! Tan bonito, y tan buen día hacía, pero Santander es traicionero, trajo un hostil viento que contra árboles arremetió, y una fría lluvia que en mi banco depositó. Dispuesto a irme, recojo todo y hacia mi hogar camino, la puerta fría me permite el paso a mi vivienda, en donde decido continuar con mi escritura acerca de “Las maravillas de Santander”. Ya solamente, me queda recoger información de la bahía, la más bonita del mundo. Aunque con este día será difícil.&nbsp; Nunca me he planteado a fondo el cómo es Santander por dentro hasta ahora, cuando me desplazo por las calles no les presto la atención que merecen. Se encuentra el ambiente nublado, puedo salir. Después de ver a los pescadores lanzando sus cañas al mar y a aquellos niños en barcos de vela, me doy cuenta de que la primavera se acerca. Tengo mucho que planear para esta. De primeras, me gustaría juntarme con mis amigos para visitar a fondo “La bahía más bonita del mundo”. David Moreno Gutiérrez

Una pequeña historia &nbsp; Horas y horas, pasaban cuatro amigos en la bahía de Santander. Eran pobres, algunos huérfanos, sin apenas estudios, se podría decir incluso que vivían allí. Se ganaban la vida lanzándose al mar a recoger las monedas que les arrojaban marineros, tripulantes, turistas… Debía de ser todo un espectáculo ver cómo se lanzaban y se sumergían nadando&nbsp;como peces a recoger las monedas para comprarse algo de comida.

&nbsp;Mis tristes recuerdos Yo, un paupérrimo pescador, pasaba un día más en nuestra linda bahía, mientras el rutinario grupo de gaviotas, engullía sin temor el pescado que la bahía contemplaba.&nbsp;Por otra parte de la ciudad, los raqueros se encontraban buceando, cogiendo monedas, ganándose la vida, ¡qué recuerdos me traía!

Mi Bahía Me encuentro en la bahía al lado de los raqueros, a veces, me gusta escaparme para ver el amanecer que se puede presenciar desde allí. Los raqueros, aunque parezca broma, son las personas que más me escuchan cuando tengo problemas. Hay gente&nbsp;que pensará que estoy demente por hablar con estatuas pero en realidad es algo que me hace bien.

Muchos días, una bahía&nbsp; El viento azotaba mi pelo, la suave brisa me arrullaba, las olas del mar chocaban con sutileza contra el muro del muelle como las alas de un pájaro con el viento. Y sí, ahí estaba yo sentada otro día más, en el bordillo de esa bahía, mi bahía.

Al borde de la nada y a la vez de al borde de todo, es una sensación que solo he sentido aquí en esta ciudad, la que me vio crecer. Oigo detrás de mí a toda esa gente andando tan apresurada. Esas que van con prisas con el fin de llegar a un sitio, un sitio que probablemente no les llenará como a mí, estar aquí en este momento, irán a trabajar o algo similar. Percibo también, las voces de esos niños jugando ahí detrás en los preciosos jardines de Pereda, con esa mentalidad fresca, sin preocupaciones y viviendo el presente. Puedo imaginarme a esa gente en el Centro Botín, observando y admirando toda esa belleza trasladada desde la creativa y peculiar mente de un autor a la realidad. Todas esas almas están centradas en sus cosas, ya sea, ir a trabajar, jugar en el parque con su compañero de clase, sonreír&nbsp;viendo como un hijo crece dejando atrás una infancia llena de alegría, o admirando un maravilloso cuadro. Son&nbsp;sensaciones totalmente distintas, pero yo, sin duda alguna prefiero estar aquí y ahora, embelesada con el sonido más puro y limpio jamás escuchado, evadida de todo, siendo el único sonido de fondo en mi cabeza las olas al compás de mi sosegado corazón, y sin preocupación alguna. Hay muchos lugares en el mundo, pero estas emociones solo las he sentido en uno, y pase el tiempo que sea, solo las podré sentir aquí, en esta bahía, la bahía de Santander, mi bahía. Alma Pérez Montiel

Los niños de la bahía Había una vez unos niños que vivían en Cantabria. A estos niños les encantaba ir a Santander de visita a ver a sus primos mayores. Como era costumbre, en su familia, iban todos los sábados.

Esta información después de llegar a todo Santander también llegó a la alcaldesa, que en el momento que lo vio, decidió tomar medidas. El puesto no se quitó, sino que siguió tirando basura por un conducto, no tenían las suficientes pruebas para decir que el puesto era el que provocó semejante escándalo. La gente no sabía por qué razón había todavía más basura en el mar. Poco a poco los pescadores llegaban a sus casas sin ningún pez. Decidieron hacer una investigación, aunque se tendrían que gastar mucho dinero para contratar a profesionales. &nbsp; Cuando los submarinistas entraron en el agua de la Bahía empezaron a investigar y a echar sustancias para ir limpiando el agua. Tardaron tres días en darse cuenta de que había un tubo donde salían todos los residuos de la tienda. Rápidamente fueron a informar a la alcaldesa, ya por fin podrían tomar medidas. Fueron a informarle al dueño del pequeño puesto. El dueño no podía creer lo que su pequeño puesto había creado y despidió al encargado por hacer tal cosa sin su permiso. Además, ese día hubo helados gratis para todo el mundo. El dueño no se quedó contento y cambió todos los plásticos de su tienda por plásticos biodegradables. A partir de ese día los pescadores pudieron coger peces. Y Santander fue tan bonita como siempre &nbsp; Ana Ojeda Vejo

Durante la visita paseaban con sus padres, sus tíos y sus primos cerca de la Bahía de Santander. A ellos no les gustaba mucho y menos cuando era invierno y su madre les obligaba a ponerse muchos abrigos para que no se pusieran enfermos. Lo que sí les gustaba era ir durante el verano, ya que paseaban por la bahía pero disfrutaban de la brisa y bonitos atardeceres comiéndose un enorme helado. &nbsp; Un día sus padres y sus tíos se apuntaron a una visita guiada por la bahía de Santander. Durante la visita les enseñaron muchas cosas interesantes, por ejemplo: que los Raqueros son unas estatuas que se hicieron en honor a unos niños que eran pobres y la gente que pasaba por ahí les tiraban monedas al mar para que las cogieran y ellos se las quedaban. También cómo se llamaban las blancas playas de veían justo enfrente. Ellos pensaban siempre en qué nombre ponerle, ya que creían que eran islas desiertas, pero aprendieron que eran El Puntal, Somo, Pedreña... aquella visita fue inolvidable. &nbsp; En cada visita a Santander y el paseo por la bahía se acordaban de todo lo que aquel chico les había contado. Y cada vez les gustaba más y más. Hasta que la consideraron la bahía más bonita del mundo.&nbsp; Desde aquel momento soñaron con ser guías turísticos para poder enseñar&nbsp;la Bahía de Santander y lo lograron. Cuando había niños que estaban en la misma situación que ellos de pequeños, les contaban su historia. &nbsp; Celia Pérez Ramos

Estuve mirando en una tienda de objetos fotos de ese espectacular lugar, siendo sincera, tenía demasiada intriga por ver cómo era en realidad.&nbsp; Estuve pensando durante bastante tiempo si me merecería la pena ir o no ir. Cada vez se hacía más de noche y sabía que cuando volviera para mi ciudad me quedarían las ganas de haber ido. Así que, sin pensárselo dos veces, pagué el helado y me dirigí hacia allí. Estábamos ya en cola para entrar, éramos bastantes los que nos habíamos subido, yo, decidí ponerme atrás del todo, ya que podía contemplar las vistas hacia el mar. Estábamos ya en camino hacia la playa, la verdad, es que en ese trayecto, todo favorecía, hacía un día espectacular, además, no era mucho tiempo de trayecto. Una vez allí, le di las gracias al capitán, me quité las chanclas y por fin obtuve ese momento tan esperado, el poder tocar la arena. En la entrada, había unos guías para orientarte un poco. A mí me recomendaron que eligiera un sitio perfecto y ya después de eso, sí tenía hambre, podía ir al chiringuito que está al lado del mar. Me comentaron que, además de estar la comida riquísima, había unas vistas preciosas y de vez en cuando podía ver los barcos. Seguí sus consejos y aproveché intensamente una gran tarde de verano. Beatriz Peña Fernández

El Faro Del Caballo, a Román le ha interesado bastante debido a las continuas noticias que han surgido desde la reciente realización de una obra artística para darle vida. Román se decide a ir y por el camino aprovecha para ver todo el esplendor de la bahía. Este empieza admirando el paisaje de la Playa De Los Peligros, en este preciso momento llena de gente disfrutando de las aguas y la fauna. Poco después está pasando cerca del embarcadero Real, el cual hoy alberga variedad de niños y adultos saltando para divertirse, para después ver la Isla De Mouro, que se halla tranquila debido a sus corrientes y olas revueltas. Finalmente, Román llega al querido faro, solo, después de horas de viaje, pero muy satisfecho. Héctor Mantecón Rodríguez

Cojo mi chaqueta, salgo a la calle y... ”ay qué gusto”, inspiro fuerte y profundamente una bocanada de aire llenando mi barriga como un gran globo. Cojo la bici, subo a mi perrita en la cesta delantera junto a mis artículos personales y tomamos el carril bici, dirección a la playa. Pasamos por el Centro Botín, que por el brillo que desprende por los rayos del sol, me recuerda a una sardina gigante.&nbsp;La grúa de piedra, que majestuosamente parece que inclina la cabeza y nos da los buenos días.&nbsp;Los raqueros dispuestos a darse un chapuzón a cualquier hora del día y los barquitos en el puerto deseando salir a pasear son mi compañía en esta preciosa mañana. Mientras pedaleo disfrutando del sol y del brillo del mar en la bahía, escucho a lo lejos una melodía y una voz que me resulta familiar, muy familiar. Sandy agita su colita, ¡¡ella también lo está escuchando!! Ágilmente pega un salto y se lanza hacia el origen del sonido…&nbsp; ¡Es el abuelo que canta! “Santanderrrrr… eres novia del mar” mientras pasea alegremente hacia nosotras. Ahora el día es aún más perfecto en la bahía más bonita del mundo. Nira López Rubalcaba

La bahía de la verdad El amanecer, ¿a qué te huele? A mí, me huele a verdad, a pureza. Viéndolo puedes&nbsp;llorar, puedes amar… pero allí se cuenta toda la verdad, siempre.Santander, mi ciudad y por ello mi favorita tanto de niña como ahora. Me ha encantado siempre ir a la bahía a ver el amanecer, hasta que un día vas con los cascos escuchando música pensando en absolutamente todo, encuentras ese amanecer que llevas esperando semanas y con él ese mar tranquilo, sin gente, siendo puro, te sientas allí y reflexionas. No se ve a nadie, no hay barcos, no hay viento, solo se escucha esa música tuya.

&nbsp; Me quedé un rato intentando ver dónde había podido ir ese ser tan extraño, mientras todo el mundo se iba, hasta que, cuando solo quedaba yo en la bahía, esa criatura volvió a asomarse, esta vez dejándose ver mucho más, y lo pude observar entero.&nbsp; He de admitir que era un poco feo, con la piel escamosa, patas cortas acabadas en aletas, una cola alargada y una cara de serpiente muy extraña. De repente, esa criatura tan extraña me saludó, pero no a través de la voz, sino a través de la mente, y un extraño escalofrío me recorrió entero. A pesar de que no había emitido ningún sonido, lo entendí perfectamente.&nbsp; -Hola humano, he podido comprobar que me buscabas, veo que, al contrario de los demás humanos, te he interesado, me llamo Ezquetoinoledius, pero como puede resultar raro para ti puedes llamarme con mi diminutivo, Esquelius- dijo la criatura. Esquelius (su nombre seguía siendo raro, pero no se lo dije) me contó que él era una antigua leyenda que decía que, cada 100 años, una criatura ascendía desde las profundidades para comunicarse con un humano, y que era él quien me había llamado antes. Pasamos un rato allí, y resultó que Esquelius era bastante divertido, y nos hicimos amigos rápidamente. Desde entonces todas las tardes quedamos en ir a la bahía a pasar el rato, como aquel día. Guillermo Martín Puentes

Esta persona, era mi amigo Alberto, que me acompañó para observar a aquel animal fantástico, el cual era un elefante volador. Al llegar a la bahía, Alberto se llevó una decepción, puesto que lo único que encontramos fue a un perrito deambulando por la costa. Pero de repente, aquel perrito se convirtió en un majestuoso elefante volador, el cual era un dios mutante. Acto seguido, mi compañero Alberto, se quedó boquiabierto, mientras yo intentaba hablar con él. Lo que nos contó era cómo siendo un dios de otro planeta acabó en tan remoto lugar. Nos dijo que en su planeta estaba de moda visitar otros lugares bellos de diversas galaxias. Él se dirigía a Marte, ya que sus amigos dioses le contaron que era el planeta más asombroso de la Vía Láctea, pero se quedó tan asombrado con el verde de nuestro planeta que le picó la curiosidad. Mientras se acercaba el gran dios iba divisando los lugares más bellos, pero al ver nuestra bahía vino casi al instante. Su respuesta fue esa, pero lo que mi compañero Alberto no sabe es que el dios invitó a todos sus amigos a venir, ya que al describirles este fantástico lugar vinieron rápidamente para observar con sus propios ojos tal hermoso paraje. &nbsp;Sergio López García

&nbsp; La llamada de la bahía &nbsp; Todo esto pasó un día en el que yo estaba en mi casa, aburrido, cuando de repente empezó a sonar una voz en mi cabeza que decía “Ven”, pensé que me había vuelto loco, pero que no perdía nada por seguirla. Tras un rato dejándome llevar acabé en la bahía de Santander, donde estuve paseando preguntándome qué me había llamado&nbsp;hasta que de repente algo sacudió ligeramente el agua, algo que parecía bastante grande, de unos dos o tres metros de largo, pero que rápidamente volvió a sumergirse.&nbsp;

La Bahía Un día más de verano en el puerto de Astillero en Santander. Las playas están abarrotadas de gente debido a la ola de calor que surge en estos días. Román, de 37 años, se decide a salir hoy a navegar en su barco, el Antor. Este es un velero, el cual ha estado surcando los mares durante más de 10 años y ha pasado por 5 dueños. Hoy tiene un destino sobre todo especial.

Un día en la bahía más bonita del mundo Todos los días puedo observar desde mi ventana las maravillosas vistas de la bahía, como sube y baja la marea, el sonido de las olas romperse contra la piedra, la brisa marina que le da ese toque especial y ese olor a sales de mar que te recuerda lo bella que es durante todo el día.

Desaparición en el Centro Botín &nbsp; Un día de invierno en una bahía, un viento helador, un amplio mar, mar inmenso sin principio ni final. Solo silencio, sin luz ni oscuridad. Todo es gris, un vacío en el mar, tragedias del pasado, sin solventar. Frío y temor en aquel lugar donde encontramos a Paco entristecido tras la desaparición de sus padres, en la bahía de Santander.&nbsp;

Santander, un destino de película Me encuentro limitado, de todos alejado, pero eso sí, en la bahía que Santander me ha regalado. Estoy frente a cuatro niños, que alimento andaban buscando, de los hurtos ellos vivían, y pasajeros y tripulantes de aquellos barcos, les hacían recuperar monedas que del mismo tiraron.

Una bahía de recuerdos 3 de junio de 2021, lunes, Santander. Acababa de concluir mi día de trabajo en el hospital. Ser médico no es un trabajo sencillo. Hay muchas cosas que hacer y mucho sobre lo que reflexionar. Lo que más me gusta es atender a los niños enfermos.&nbsp;Para mí, es muy importante darles atención y hacerlos felices.

Llegué a inhalar algo de gas, sin saber lo que pasaba, avisé a toda mi familia. Nos fuimos corriendo de nuestra casa hacia el hospital de Valdecilla, porque también afectó a nuestro vecino. Avisamos a todo el mundo mientras íbamos, desesperados por salvarnos y por socorrer a nuestro vecino. Tras unas semanas de espera y preocupación, nos dieron una gran noticia; nuestro vecino se había recuperado. Cuando llegó a casa, le invitamos a pasar un rato, le preguntamos a dónde le gustaría ir, una vez que se había recuperado. Nos dijo que al lugar más bonito de España y probablemente de Europa. Nos empezó a contar curiosidades sobre ese bonito lugar, la bahía de Santander.&nbsp; Nunca la había visto tan de cerca como aquel día, siempre que pasaba por allí, me parecía un sitio como otro cualquiera. Aquel día, me pareció hermosa aunque no se viera muy bien por los rastros de humo que quedaban por ese incendio pero a pesar de eso, me encantó. En verano volví a contemplar ese paisaje, y algunos días de agosto y julio voy allí. Elijo el momento y disfruto de su belleza, especialmente presente con la luz del amanecer. Marcos Gómez Conde

La Bahía de Fuego &nbsp; Estaba dormido. Era la madrugada del 16 de febrero de 1941. Escuché gritos, siendo un niño. Me desperté y la gente corría por toda Santander. Yo vivía en Puerto Chico, cerca de la plaza de Matías Montero. Al estar muy cerca del foco de aquel devastador incendio, salí a la terraza de mi casa y lo único que veía era fuego.

Llegando a la Magdalena reconoció a Sofía o la “Sirenuca”, así se presentó a las otras criaturas encajando perfectamente así que decidió quedarse&nbsp;ahí. De repente, llegaron tres Ojáncanos agresivos irrumpiendo en los festejos y revelando que el líder, llamado&nbsp;Ojano, estaba comprometido con Sofía y que sus dos amigas Jana (Ojáncana) y Maca (Anjana) lo invitaban porque se casaban dentro de una semana. Ojano vino para llevarse a Sofía pero&nbsp;el Hombre pez intervino recibiendo un golpe. Así Ojano dijo que dentro de una semana, aparte&nbsp;del casamiento de Jana y Maca,&nbsp;sería el suyo y de Sofía, mientras que Francisco (Hombre pez o Fran)&nbsp;la miraba tristemente. Dos días después, Sofía y Fran hablan mientras que ella no sabía que él tenía sentimientos de amor hacia ella. Sofía le cogió de la mano y le llevó a nadar a la bahía. El día de la boda, cuando estaban a punto de casarse, llegó Fran y lo interrumpió dando así una serie de golpes a Ojano. Así, Ojano con su maza le dio un golpe; todo era silencio porque era Sofía la que lo recibía.&nbsp; Días después Fran pensaba en la orilla y recordó lo que ella decía: “¿Qué tal si pasamos un día en la bahía más bonita del mundo?” mientras él desaparecía en el agua. Carlos Huerta Alonso

Mi bello día por El Puntal Era un día de verano, con el sol radiante, caminaba por la bahía de Santander, me dirigía a comprarme un helado. Cuando de repente, empezaron a volar un montón de folletos de una playa que se encontraba justo en frente ‘’El Puntal’’. Al no tener mucha experiencia de esta ciudad, no tenía muy claro qué tenía de especial esa playa, por lo tanto, seguí mi camino.

El día que Jack llegó a Santander se encontró un cielo encapotado con el mar de color plomizo y una fuerte marejada. Vio la lancha de los Reginas tambalearse de lado a lado surcando la bahía como un barquito de cáscara de nuez, lo cual le dio mucho miedo puesto que su padre iba a trabajar en contacto directo con esa bahía embravecida. Además se dio cuenta de que Santander era una ciudad llena de cuestas lo cual le disgustó más aún. Pasó casi todo el invierno sin salir de casa, hasta que un día sus padres le subieron a General Dávila en el teleférico de el Río de la Pila. Desde allí pudo observar la verdadera maravilla de la bahía de Santander, los Picos de Europa nevados, la Cordillera Cantábrica y sus valles pasiegos, las playas de Somo, la Peña Cabarga, la entrada al puerto con su faro… Se dio cuenta de que vivía en una ciudad privilegiada gracias a su bahía, protegida de la fuertes marea gracias a la entrada del puerto y con una naturaleza espectacular rodeando la vista. Laro Novoa Bezanilla

La bahía, mi lugar &nbsp; En el instante en el que me senté en aquel bordillo para admirar el mar, me sentía libre, me sentía yo. Las olas se acercaban a mis pies, los pájaros piaban, el sol estaba más reluciente que nunca, qué más podía pedir. Tengo que admitir que lo necesitaba, necesitaba que mi cabeza se quedara en blanco por un momento y poder sentir la tranquilidad dentro de mí.

Meses atrás, había conocido a una niña llamada Elisabeth. Tenía una enfermedad. Era muy grave para lo pequeña que era. Desde un primer momento, sentí una conexión especial con ella. Era una niña muy agradable que estaba constantemente sonriendo. No le daba importancia a su estado de salud. Siempre lograba sacarte una sonrisa. Cada vez iba a mejor. Se llevaba muy bien conmigo, ya que había estado para ella desde un primer momento.&nbsp; Aquella noche estaba de guardia, y me quedaría con ella a petición de mi jefe de planta. Entré a su sala y la encontré dormida. Me senté en una de las butacas y conversé un buen rato con los padres de Eli. Al cabo de unos minutos, la nombrada, comenzó a despertarse. Me saludó y me quedé hablando con ella. Después de haber estado unas horas bien invertidas, me fui a hacer mis cosas por la planta. Todo parecía ir bien, pero aquel día parecía que no iba a ser de los mejores.&nbsp; Esa noche me tuve que ir, pero por la mañana me avisaron de que Eli se estaba yendo. Corrí a su habitación, y con lágrimas en los ojos me despedí de ella. Desde aquel día, cuando salgo del hospital, voy al lugar que más le gustaba, la Bahía de Santander. Voy, me acomodo en la arena, me relajo. Escuchar los sonidos de las olas chocando contra los muros me tranquiliza,&nbsp;esa conexión que consigo sentir con el mar me hace conseguir sentirla cerca y verla. &nbsp; Julia Blanco Gómez

Jack y la bahía de Santander Jack era un chico nuevo en la ciudad, a su padre le destinaron a trabajar en el puerto. Llegó a Santander en Noviembre, no le gustaba nada vivir en ciudades con bahía puesto que eran lugares muy húmedos en consecuencia fríos y desapacibles en invierno.

Estuvimos ahí un rato largo y nos dimos cuenta de una cosa, cada 30 minutos sonaba un ruido y se movía algo en el mar. Al principio nos parecía normal, pero cuando pasó un rato empezamos a darnos cuenta que era muy raro. Pusimos un cronómetro y cuando volvió a pasar la media hora pasó otra vez. Era como un pez muy grande saltando. Como estaba a lo lejos, no pudimos mirarlo bien, pero tenía pinta de ser muy grande. Luego nos fuimos a comer un helado y a los veinte minutos volvimos a la bahía. Cuando pasaron los diez minutos, saltó el pez otra vez y ya empezamos a verle bien, en ese momento Adrián dijo que parecía una persona. Todos nos empezamos a reír pero yo por dentro no tenía tan claro qué era.&nbsp; &nbsp; Ya eran las ocho de la tarde y faltaban cinco minutos para que volviera a saltar esa especie de pez. Cuando saltó, todos nos quedamos perplejos porque nos dimos cuenta de que ¡era una persona! Atónitos, todos empezamos a mirar al mar, me lancé a por él y cuando estaba buceando vi lo bella que era la bahía. Cuando vi aquel ser, me quedé alucinado; era mitad hombre, mitad pez. Me saludó con la aleta y me hizo una seña para que fuera con él. Fue un espectáculo ver lo bonita que era esa bahía, llena de color y de fauna. Un día mágico, una experiencia inolvidable, en una bahía singular. &nbsp; Lucas de Andrés Fernández

Por otro lado, iba a formar parte de una familia y eso hacía que tuviera sentimientos encontrados. ¡Ya está! pensé,&nbsp;no podía irme sin despedirme de la bahía, que tantas veces me había amparado, así que urdí un plan para escapar esa noche. Por la tarde, traté de acceder al despacho del director para conseguir los planos del orfanato, no fue posible porque había muchos cuidadores por la zona, pero me acordé que Alba, una de mis compañeras, tenía un mapa del Centro. Estudié el plano un rato y llegué a la conclusión de que la mejor opción era salir por la puerta trasera, justo al lado del comedor, si bien debía esperar a muy entrada la noche, cuando todos descansaban. Mientras, me preparé y a eso de las 4 de la madrugada pude consumar mi plan, no sin pasar algún riesgo. De noche, las calles parecían peligrosas, tenía miedo, aunque había realizado tantas veces este trayecto que me fue fácil llegar hasta la bahía. Allí estaba, preciosa, transmitiendo paz. La brisa marina me acariciaba suavemente, el resplandor de la luna se reflejaba sobre el agua y la arena al fondo se mostraba suave como si fuera seda. ¡Vaya!, son las 7 de la mañana, el tiempo había volado, estaba a unas horas escasas de salir para conocer mi nuevo hogar. Todo había merecido la pena, porque el momento fue inolvidable, de esos que resultan imborrables y que me acompañarán el resto de mi vida. &nbsp; Marcos Toraya Varela

Un maravilloso ADIÓS Así pasé el último y mejor día de mi vida en la bahía de Santander.&nbsp; Era un día normal, por lo menos para mí. Mi nombre es Lucas y padezco una enfermedad llamada Unezan, que reduce tu tiempo de vida, tengo 12 años y me han dicho que solo me queda un año para disfrutar.&nbsp;

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