Publicación de textos premiados en el certamen literario del IES GALILEO GALILEI

La Sonrisa de Iria II

enredada en el trigo trigo que me recuerda que fue mi culpa me lo recuerda con cada pinchazo encerrada en un déjà vu interminable de toda una vida juntos el dolor sigue ahí un dolor punzante y de pronto no respiro y me reencuentro contigo.

La insignia amarilla A ver, número 0678993. Vamos, rata inmunda, entra de una vez. ¡Más rápido! Eso es. Entra. ¡Vamos! Ponte ahí. ¡Que te pongas ahí! ¡Vamos, perro judío! O te pones ahí o saco el fusil. ¡Vamos! Sois de lo que no hay, se os dicen las cosas a derechas y nada, ¿verdad? Luego dicen que por qué hay que exterminaros. Dime, judío, ¿sabes francés? ¿Estás ahí? ¡Responde! Con que un poco… ¿eh? Bueno. Hagamos un trato. Cuenta hasta 30. En francés, ¿entendido, judío? Pero… ¿qué haces? Todavía no, judío. ¿Qué te creías, judío, que te iba a dejar a tus anchas por saber un par de numeruchos? Mirad que sois ingenuos. Os teníamos que dejar en las alcantarillas. Eso sería muy fácil, ¿verdad, judío? Da las gracias de estar aquí. Comida, cobijo… ¿Qué animal tiene eso? Si fuera por mí no quedaba ni uno. Sois una plaga con la que hay que acabar. Oye, ¿qué haces llorando? ¡Responde! ¡Habla, perro judío de mierda! Oh, sí, la 8734256, me parece, ¿cierto? Sí, la vi ayer aquí mismo. Tenía un problema su mujer… no sabía francés. Jajajaja. ¡Cállate, perro judío! ¡Estate quieto! ¿Quieres acabar como ella? Por este camino parece que no te queda mucho. Y ahora, ¡a contar! Bájate los pantalones. Cada vez que grites empieza de nuevo, ¿entendido? Es sencillo. ¡Otra vez! ¡Otra vez ¡Otra vez! Hmm, no me está gustando esto. No lo estás haciendo muy bien, ¿no? Pero mira tú por donde, me has caído bien. Anda, vete a esa fila de ahí, van hacia las duchas. ¡Vamos! ¡Cómo que las duchas no! Espera, ¿quién te lo ha dicho? ¡¿QUIÉN TE LO HA DICHO?! Vaya, una pena. Creo que era la última bala… ¡Eh! ¡Vosotros dos! Coged a este y llevadle al crematorio. ¡Siguiente!

CORTES DE ESPIGA voy hacia el campo para sentirte cerca de nuevo le hablo a los árboles, las nubes, el cielo abro mi mente, y dejo que se inunde con los recuerdos de tu voz, tu tacto, tu piel me tumbo boca arriba sobre la superficie rugosa de un trigal trigo trigo que me clava sus espigas pincha pincha pero no me importa es un dolor parecido al que sentí cuando te fuiste, al que sentí cuando te echaba de menos mi pelo lleno de semillas, el trigo recién cortado me crea heridas pica pincha duele mata me mata recordarte quiero levantarme volver por donde he venido olvidar todo lo que he sufrido pero estoy atrapada anclada a la tierra

Al observar que su herida había empeorado y la sangre emanaba con fuerza de nuevo, contempló otra perspectiva: -¡Ah! Tengo las horas contadas, ya escucho a los soldados venir… Quizás la única forma de morir con decencia sea que morir sea tu última voluntad. ¡No os daré la satisfacción! ¡Esta será la primera y última decisión que tome en mi vida! Dicho esto, hizo real su voluntad, para su desgracia o fortuna demasiado tarde para fijarse en que los soldados que se acercaban portaban la misma bandera que la de su uniforme ahora teñida de rojo. Aunque realmente dicha diferencia no existía puesto que ambas banderas ya estaban manchadas de sangre desde su creación.

Y me hace sobrepensar hasta que me duele la cabeza Y hacen que deje de comer Y cada día todo lo que me provoca Va empeorando. Lloro y lloro, Pero no sé por quién.&nbsp; ¿Será por mi abuelo? Quien me hizo la vida y la vida me lo arrebató. ¿Mi padre? Quien me decía que era su princesa Pero luego me dada golpes de amor, Golpes que generaban moratones y daños físicos, Pero psicológicos también y me produjo lágrimas. Y esas lágrimas que me ahogan, Esas lágrimas que salen tan fácilmente de mis ojos Pero deben ser ocultadas. ¿O la gente que dijo que iba a quedarse conmigo? No fue así. Y cuando caí, caí sola&nbsp; Empapada en mis propias lágrimas.&nbsp; En el pozo que yo misma creé Y llené con el agua de mis lágrimas, Una lágrimas saladas&nbsp; Que produjeron peces marinos, Y al principio eran preciosos, Hasta que empezaron a dañarme.

En ese momento quise escapar, Pero las paredes del pozo eran lisas, Y aunque consiguiese subir un poco, Volvía a recaer Y ellos volvían a comerme. Y cada día quiero desaparecer, Quiero que ellos ya no puedan dañarme,&nbsp; Ni ellos, ni yo misma, Ni ellos, ni mis lágrimas. Pero ese pozo se volvió todo un mar&nbsp; Donde cada vez más me hundía, Más me ahogaba.&nbsp; Y los peces empezaron a crecer&nbsp; Hasta que se convirtieron en grandes tiburones&nbsp; Pero no solo en tiburones que te muerden, Sino también medusas&nbsp; Que te electrocutan Que te hacen sentir una adrenalina, Pero luego te hacen una herida. Y también ballenas, ballenas como la depresión,&nbsp; Que te comen y es casi imposible salir,&nbsp; Y al principio intentas salir Pero cada día se te acaban las fuerzas Y no puedes más, Y te rindes. Y al final lloras y lloras Hasta que no necesitas el mar.&nbsp; Con tus lágrimas ya te ahogas.

FLORES ¿Recuerdas cuando me llamabas por otro nombre? Cuando me enfadaba contigo por no decir el mío, y tú me rebatías que lo hacías porque cualquier otro nombre me pegaba más, que no me picara, que no era más que un juego. ¿Te acuerdas de cuando el camino de vuelta a casa desde el colegio comenzó a ser distinto cada día? Cuando te empezaste a estancar en todas las esquinas para leer el nombre de las calles. Cuando hacías todo lo posible por evitar las callejuelas estrechas y tu peor pesadilla eran los callejones sin salida. Tú siempre me comentabas que era bueno buscar nuevos caminos para volver a casa, ya que de esta manera, si algún día me perdía, sabría cómo volver. ¿Y recuerdas la vez que te enfadaste conmigo porque pensaste que te había robado la cadena de oro? No te acordabas, pero te la quitaste cuando el abuelo murió, la guardaste en una cajita roja de terciopelo y la metiste en el cajón de tu mesilla. Estuve sentada durante dos horas frente al reloj del salón, el grande que hace un ruido horrible a las doce de la noche, el que estaba de pie junto a la foto de la boda de papá y mamá. Esa fue la primera vez que me castigaste. Me castigaste, porque me di cuenta de que quizá en la cajita roja de terciopelo que reposaba en el cajón de tu mesilla, no guardaste solo la cadena de oro. Porque me di cuenta de que, aunque tratases de evitar los callejones sin salida, hacía tiempo que intentabas buscarle la salida al tuyo. Y porque me di cuenta de que mi nombre es mi nombre y tú no eras capaz de acordarte de él. Ahora pienso que ojalá mi primer castigo hubiera sido tan solo observar, inmóvil, las dos vueltas que la manecilla corta dio al reloj aquella tarde.

Los sueños de Alonso El despertador sonó como todos los días a las 6:00 am, pero el sueño le pudo y decidió girarse en la cama y aprovechar 5 minutos más, pero al final los 5 minutos se convirtieron en 30 minutos. Alonso saltó sobresaltado de la cama. Llegaba tarde al trabajo. Se metió en la ducha y salió corriendo con su casco y su inseparable móvil al que quería casi más que a un amigo real. Un antiguo Nokia aún con teclado que estaba abollado por todas partes y que Alonso llamaba Sancho Panza. Se colocó la cazadora de cuero y bajó corriendo las escaleras hasta el garaje donde le esperaba su preciosa moto blanca, herencia de su padre a la que había grabado el nombre de Rocinante, en honor a un viejo caballo que tenía su familia en el pueblo y que Alonso pudo montar muchas veces durante su niñez. Antes de aparcar justo enfrente del bar “El Molino” en el que Alonso trabajaba desde hacía ya 20 años le llegó un mensaje al móvil. -¡Vaya! Parece que la foto de perfil en Instagram y los videos de Tiktok empiezan a dar sus frutos. Alonso era el típico hípster cincuentón de perilla bien cuidada, delgado y planta de chico malo, siempre con su chupa de cuero, cual armadura a lomos de su moto. Solía tener éxito con las mujeres pero Alonso solo tenía ojos para Dulcinea. Una chica que conoció por redes sociales con la que hablaba mucho pero que nunca había visto en persona. Alonso bebía los vientos por ella pero nunca se había declarado por miedo a perder su amistad.

Alonso trabajaba de sol a sol en el bar, odiaba su trabajo pero pagaba las facturas. Lo que verdaderamente le gustaba hacer era escribir. Era un gran apasionado de los libros, sobre todo de los clásicos y un escritor aficionado y publicaba algunas de sus historias de aventuras en redes sociales. Había enviado varios de sus borradores a las editoriales con la esperanza de ver publicadas sus historias pero de momento no había tenido éxito… Hasta ahora. Como he comentado, Alonso publicaba sus historias de aventuras en redes sociales. Tenía muchos likes y eso le animaba a seguir escribiendo, pero su última historia parece que gustó más a sus seguidores y las visitas empezaron a dispararse de manera asombrosa. Tanto era así que en pocas semanas pasó de tener unos cientos de seguidores a tener más de un millón. Alonso estaba perplejo, no se lo podía creer. El teléfono no paraba de sonar. Varias de las mejores editoriales del país se habían interesado por él y en solo unos meses sus historias le catapultaron a la fama. El día que Alonso vio por primera vez uno de sus libros en el escaparate de una librería no se lo podía creer y, cómo no, se hizo un selfie que publicó en sus redes. En menos de un mes el libro se convirtió en número uno de ventas y Alonso, desbordado con el aluvión de entrevistas, firmas de libros, ruedas de prensa, tuvo de dejar de trabajar en “El Molino” y dejar atrás su casa en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real) para trasladarse a vivir a la capital. La agenda de Alonso estaba llena hasta final de año. Empezó a codearse con gente importante, a ser invitado a muchas fiestas. Los fines de semana apenas paraba en casa. La fama se le empezó a subir de tal forma que empezó a dejar de lado a sus amigos y, cómo no, cambió de móvil dejando a Sancho Panza apagado en casa.

Alonso empezó a publicar un libro al año. Sus historias gustaban y se vendían como rosquillas. Ganaba mucho dinero, más de lo que jamás hubiese soñado, pero de la misma manera que entraba en su cuenta corriente, salía para derrocharlo en fiestas. Toda esa fama empezó a afectarle. No podía parar de escribir. Estaba obsesionado y Alonso empezó a tomar pastillas para estar despierto y seguir escribiendo sin parar. El agotamiento podía con él y empezó a retrasarse en las entregas. Sus historias eran cada vez más estrambóticas, sin sentido, extrañas. Alonso había perdido su esencia y poco a poco sus libros dejaron de ser número uno. La editorial después de varios ultimátums decidió despedirle. A pesar de eso, Alonso siguió escribiendo. Estaba tan obsesionado con sus historias que empezaron a afectarle psicológicamente. Creía ser el protagonista de las mismas. Escribía en primera persona como si todo lo que ocurría en sus aventuras fuera su vida real. Salía a la calle creyéndose ser un caballero andante. Destrozaba muebles en casa pensando que estaba siendo atacado por algún malhechor… su vida se convirtió en un caos absoluto y ese caos le llevó directamente a la locura. En uno de esos ataques de locura de Alonso, los vecinos llamaron a la policía y Alonso fue ingresado en el Hospital, en el área de Psiquiatría. Alonso creía tanto en sus historias que no daba crédito a lo que estaba pasando. Después de muchos meses de tratamiento, Alonso recibió el alta. No había estado nunca tan perdido como aquel día. Sin amigos, sin dinero, lejos de su hogar…

En ese preciso instante Alonso se dio cuenta de que su aventura había llegado a su fin. El despertador sonó como todos los días a las 6:00 de la mañana. Alonso abrió los ojos un poco aturdido, mareado… No sabía muy bien dónde estaba, qué hora era… Se sentó en la cama y encendió su viejo móvil que empezó a vibrar avisando de varios mensajes de su jefe, preguntándole dónde estaba. Miró a su alrededor, nada había cambiado, todo estaba igual. Entonces Alonso empezó a reír a carcajadas. Se acababa de dar cuenta de que todo había sido un sueño, nada de lo que había pasado era real. Se levantó de un salto, se metió en la ducha y antes de salir de casa con su viejo móvil Sancho Panza, su chupa de cuero cual armadura y las llaves de Rocinante miró hacia el estante donde guardaba su colección de libros favoritos y leyó uno de los títulos que más le gustaba: La vida es sueño, de Calderón de la Barca, y Alonso se marchó de casa dando un portazo y recitando alegremente: “Que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son”.

¿Y si rehúyo qué? ¿Y qué si rehúyo? ¿Vendrás conmigo al lejano infinito? ¿O reclamarás que ese infinito ya es tuyo? ¿Y si escucho qué? ¿Y qué si te escucho? ¿Te callarás por fin? ¿O seguirás para ver cómo yo lucho? ¿Y si sonrío qué? ¿Y qué si sonrío? ¿Me devolverás la cálida sonrisa? ¿O simplemente un abrazo frío y vacío? ¿Y si hago daño qué? ¿Y qué si me hago daño? ¿Me darás una parte de ti? ¿O te esconderás como ermitaño? ¿Y si resoplo qué? ¿Y qué si resoplo? ¿Me preguntarás por qué lo hago? ¿O me dirás que es cosa de locos?

¿Y si paro de escribir qué? ¿Y qué si paro de escribir? ¿Me felicitarás por este escrito?&nbsp; Lo único claro, es que yo sin ti no podría vivir.

EL JUEGO DE IRINA Era una tarde soleada, atípica en un gélido mes de febrero. La pequeña Irina jugaba como era de costumbre en el patio de columpios que había enfrente de su bloque de edificios, de diez pisos, construido allá por los lejanos años setenta. Acababa de volver de la escuela en un día que había sido como los demás. Tras llegar la noche, su madre la llamó para cenar, junto al resto de sus hermanos y su padre. No tardó mucho en caer dormida, la última vez que lo haría en su cama de color rosa y su peluche del osito Misha, que antes había sido de su padre. El siguiente día amaneció nublado, casi lluvioso, típico del gélido febrero. Pero lo típico de aquel día acababa allí. A Irina la despertaron unas sirenas, que ella en principio pensó que eran de la escuela. Pero estaba en su casa, y toda su familia al completo se encontraba atónita al televisor. En él escuchaban las palabras que pronunciaba un hombre calvo vestido en traje, en una lengua familiar y extraña a la suya a la vez. Irina preguntó qué decía aquel hombre. Nadie contestó al principio, pero Oleksandr, su padre, rápidamente la espetó que aquel hombre estaba explicando las reglas de un juego al que iban a jugar todos. El juego consistía en un gran viaje. Toda la familia debía salir del barrio lo antes posible y llegar hasta la frontera. Los primeros que la cruzasen recibirían un premio y los niños no acudirían a la escuela. Irina se entusiasmó y le pidió a su familia al completo que se vistiesen para poder ganar al juego.

Aunque hayan pasado algunos años seguimos siendo las figuras principales de aquella lámina, la de la niña y su abuela hablando mientras pasean cogidas de la mano. ¿Te acuerdas de ese dibujo, verdad? Nos lo pintó aquel señor del Retiro, el que se sentaba todos los días en el mismo banco, el que llevaba un sombrero extraño y comía pipas. No hace mucho observé de nuevo la pintura, y, puede ser que, en realidad, sí que hayan cambiado las cosas por mucho que las protagonistas no lo hayan hecho. Ya no están los gigantes de tronco marrón que se alzan firmes para increpar al cielo, ya no hay charcos de agua en los que poder saltar, ya no hay comida para los pájaros, ya no se oyen dos voces… Ahora solo habla la niña, y su voz, que es mi voz, despacio, se olvida en una habitación blanca con una camilla blanca, una butaca blanca, una puerta blanca, y tú que, con tanto blanco, te has contagiado y solo puedes pensar en este color.&nbsp; Me he percatado de que cuando miras por la ventana te fijas en las piernas de la gente que pasea por el patio gris del hospital. Te fijas en ellas porque se te olvidó cómo andar hace un tiempo. ¿Sabes una cosa, abuela? Yo me fijo más en ti de lo que tú lo haces en mí, de hecho, si lo hicieras, te darías cuenta de algunas cosas. Como de que se me está volviendo a rizar el pelo. Como de que, según papa, cada vez me parezco más a mamá. O como de que cada vez que observas las piernas de las personas moverse, yo me fijo en las alas de los pájaros que vuelan en el trocito de cielo azul pintado en la ventana de tu habitación. Lo hago para intentar entender lo que sientes, lo que se siente al aceptar que no eres capaz de hacer lo que para otros es plenamente normal.&nbsp;

El viernes pasado recuperé algo que creía haber perdido. Recuperaste algo que creías haber perdido. Recuperamos algo que ambas creíamos haber perdido. El viernes pasado nos miramos. Me dijeron que las personas con Alzheimer, en ocasiones, pueden reconocer canciones, que la música es de las últimas cosas que se olvida. Al igual que todas las tardes fui al hospital dispuesta a soltarte el sermón de cada día, como estoy haciendo ahora. Luego de hacerlo me quedé esperando como siempre, a ver si por algún casual ese día te apetecía contarme algo, moverte, mirarme, llorar, reírte… recordar. No fue así. En aquel momento decidí acercarme a ti. Te cogí de la mano como la niña del dibujo y te coloqué el pelo detrás de la oreja. Entonces empecé a cantar en voz baja: “Porque las flores quisieran toítas parecerse a ti…”. Me miraste. ¿Sabes, abuela? Me miraste. Y en ese momento me di cuenta de que era mucho el tiempo que había pasado desde que no compartíamos algo así. Tan puro, tan nuestro. Tus ojos, dos océanos cobrando vida, dos océanos desbordando su agua salada. Lloraste y lloré. Inventamos un lenguaje, nosotras dos solas, solo de nosotras dos. Y comprendí entonces que ahora éramos nosotras las que conseguíamos hacer algo con total naturalidad. Que éramos esos pájaros a los que no les cuesta volar. Qué manera tan tuya de ofrecerme el auténtico significado de la canción. Cuántas veces la había oído en tu voz y no había sido capaz de entenderla. Qué manera tan tuya de haber esperado al momento exacto para que yo pudiera comprenderla. Qué manera tan tuya de cantar por los ojos: “Al verte las flores lloran”, y tú, abuela, al verme lloraste.

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DEPARTAMENTO DE LENGUA IES GALILEO GALILEI

-¡Justo ahora, cuando la muerte es implacable y Dios te lleva a su reinado al más mínimo error, justo ahora es cuando necesito buscar la felicidad! ¿O acaso quiero morir habiendo vivido una existencia miserable durante meses? ¡Qué injusta y qué sabia la vida, que me enseña esta lección cuando quizás sea demasiado tarde! Una de esas noches bochornosas de verano donde el calor era insoportable y la bandera sublevada parecía estar congelada en las alturas, Hernán vigilaba el frente mientras su pelotón dormía. Él estaba inmerso en otro de sus monólogos interiores y consecuentemente, dicha vigilancia era nula. De haber permanecido lúcido en su turno es muy probable que pudiese haber advertido los pasos enemigos, que a pesar de su sigilo, no podían evitar pisar alguna rama o charco imperceptible a la luz de la luna que les delataba, pero para cuando Hernán pudo darse cuenta, la emboscada era inevitable. No vio venir el balazo, tan solo se apoderó de él el sentimiento premonitorio de que algo malo iba a pasar, un fogonazo de terror, un barrunto animal. Lástima que el instinto no sea tan rápido como las balas y el humano se convierte en una máquina primitiva y defectuosa en comparación con sus propias creaciones. Al principio no sintió nada, la vida le otorgó unos segundos de lucidez antes de que el dolor le despojara de cualquier celeridad o capacidad cognitiva salvo la de sentir dolor. Pudo oír cómo sus compañeros despertaban al grito de “¡Emboscada, emboscada!” y se apresuraban a recoger sus rifles para intentar defender la posición. Antes de que pudiera contemplar la masacre, el dolor le llegó de manera inesperada, a pesar de que sabía perfectamente que era inevitable.

En esos segundos de gracia se aferró a la quimera de que quizás la bala no le había alcanzado después de todo, aunque ante sus ojos veía brotar la sangre de su hombro.Para él en ese instante, haber afirmado que dos más dos son cinco hubiera sido de lo más racional. Tras unos segundos de agonía, Hernán desfalleció. Despertó a la madrugada con la sensación de llevar encima a cinco hombres a las espaldas. Trató su herida como pudo y al acabar, pudo reparar por primera vez en la carnicería que se había desenlazado mientras él era dado por muerto. Le entraron náuseas, tenía ante él más de una docena de cadáveres que habían dado su vida por una patria que no les recordaría, tan solo les servirían de apología para la aniquilación del bando rival. No quedaron supervivientes. Hernán, asustado, corrió en busca de algún sitio donde salvaguardarse de otro posible ataque enemigo donde sin compañeros, sin duda no correría la misma suerte. Encontró a los pocos minutos una cabaña abandonada rodeada de los peculiares campos amarillos castellanos en verano. Se sentó donde pudo y pensó: -Aquí esperaré… ¿A qué exactamente? ¿A que me encuentren y me maten? ¿A convertirme en un número más con el que hacer balance en esta conquista por territorios que ya eran españoles en primer lugar? Morir… tampoco es el problema, la cuestión es el cómo, la sentencia nos viene dada a todos desde el día en que nacemos, la única diferencia entre unos y otros es el fin. ¿Y yo? Morir en el paredón no tiene nada de dignidad, se te arranca la humanidad, te conviertes en un pedazo de carne al que se debe volver inerte; justo en el momento cuando más se necesita, antes de morir, se te priva de decencia.

Los peces Lloro y lloro, Y vuelvo a llorar. ¿Cuándo pasó de ser&nbsp; Beben y beben y vuelven a beber A lloro y lloro y vuelvo a llorar? ¿Qué paso con mi niña pequeña? ¿Por qué se apagó? Lloro y lloro, Lloro, pero no sé la razón, Lloro y lloro&nbsp; Y las lágrimas salen Lágrimas dedicadas, Dedicadas, pero, ¿a quién? Dedicadas a alguien que no sé quién es. Mis ojos se llenan de lágrimas, De lágrimas saladas, Que me queman los ojos&nbsp; Y me matan por dentro, Y no sé por qué la gente lo llama desahogo Si yo me ahogo con ellas, Ellas me quitan la respiración, Ellas me ahorcan y me callan, Ellas me quitan las palabras, Ellas me quitan la esperanza, Ellas me quitan las ganas, Ellas me susurran verdades que no quiero oír, Recuerdos que no quiero recordar, Y opiniones que ni siquiera son mías, E inseguridades que me ha hecho la vida.

Nos orgullece publicar las obras ganadoras del II Certamen Literario "La Sonrisa de Iria". La calidad de los trabajos es prueba irrefutable del gran talento de nuestros alumnos y alumnas. Departamento de Lengua 2021-22

¿Y SI…? ¿Y si vivo qué? ¿Y qué si vivo? ¿Actuarás de pilar fuerte? ¿O me guardarás en tu olvidado archivo? ¿Y si muero qué? ¿Y qué si muero? ¿Me seguirás amando, rey? ¿O me arrojarás cual basura al vertedero? ¿Y si te quiero qué? ¿Y qué si te quiero? ¿Me enviarás cartas selladas? ¿O me las devolverá el cartero? ¿Y si me canso qué? ¿Y qué si me canso? ¿Perderé los papeles otra vez? ¿O mantendré mi carácter manso? ¿Y si lloro qué? ¿Y qué si lloro? ¿Me consolarás, me ayudarás? ¿O lo harás solo para cubrirte de oro?

Muerte color arrebol Aún recordaba la vida antes de la guerra, una visión noble y dulcificada de ella ahora que el belicismo había penetrado en el interior de todos los españoles independientemente de a quién fuera dirigida su lealtad. Según él lo veía, las creencias de la gente fluctuaban con cierta facilidad, casi por instinto dadas las circunstancias oportunas. Adorar a un mandamás u otro, a un sistema u otro, carecía de importancia, era banal con tal de seguir con vida. Pecar de hipócrita era un precio muy bajo, el cual la vasta mayoría estaba dispuesta a pagar, exceptuando a algún mártir que serviría para infundir el celo que cimentaría a los siguientes. -¿Qué vale más, la libertad o la vida, si para ser libre hay que estar vivo pero ser libre puede conllevar la muerte? Solía preguntarse en las noches solitarias, entre otros delirios frutos del sueño y la paranoia, cuando le era comandado ser el centinela y vigilar las trincheras. Hernán García nació en Burgos en el año 1910, en el fondo no era tan distinto de muchos otros de su generación, a pesar de que le gustase pensar lo contrario. Pudo acceder a la educación más elemental y no le faltaron víveres esenciales durante su infancia, jugaba con otros niños a la guerra, le fascinaba el automovilismo e incluso le interesaba la lectura, habiendo leído alguna novela de Dickens y Dumas en su adolescencia. Tenía interés en las chicas y aunque hablar con ellas no fuese su punto fuerte, creía impresionarlas con su semblante serio y disciplinado. Ahora echaba la vista atrás, afligido, y añoraba hasta la más hueca de las preocupaciones mundanas de la época, se retorcía con dolor y una pizca de odio cuando reparaba en que buscaba la felicidad cuando era feliz.

EL HILO MORADO La vergüenza me tapa como si llevara una careta, este hilo intenta encerrarme, hacer que sea quien no soy. El hilo morado hace que mi mente se enrede y me trabe. ”Se dice patio, no tapio. Se dice croquetas, no concretas.” La vergüenza va apoderándose de mí poco a poco. Me come por dentro, y me enreda. Este hilo es infinito, nunca desaparece. A veces, lo puedo enhebrar, otras veces no. Poco a poco, pico pala, casi lo tengo, un poco más, un poco más, estoy a punto…” En el tapio, digo patio…” ¡¡Agh!! Otra vez. De fondo oigo las risas. Es imposible, me rindo. No te rindas, venga, una última vez. No, no puedo, me voy a poner a llorar. Me voy. El hilo ha terminado de comerme…

Las sirenas seguían sonando y la familia acabó bajando al búnker. Al salir de él, vieron cómo el edificio de enfrente quedaba atravesado por un boquete. No tenían más opción que empezar el juego. Tuvieron suerte al principio, pues el pánico inicial de la gente por llegar a los supermercados evitó un atasco en la avenida de Jreshchatyk, la principal de la ciudad. Pero eso duró poco, pues cada vez más vehículos se unían a la carretera. Pasaron horas metidos en el coche y cuando salieron a la autopista, el puente que conducía hacia el oeste estaba derruido.&nbsp; Irina preguntó qué había pasado. La familia guardó silencio. Oleksadr finalmente añadió que era parte del juego, que para que fuera más divertido un buen hombre lo había destruido. Y él añadió que “el buen hombre que hizo esto es un héroe que dio todo por nosotros”. Irina no comprendió esto último, pero hizo caso a su padre y a los soldados que la ayudaron a cruzar. Se hizo la noche y la familia ya se había unido a un grupo de gente, que según Oleksandr también estaban jugando. Pero Irina empezó a ver gente muy herida, con sangre y heridas por el cuerpo. Le preguntó a su padre, que guardó un silencio mayor de lo habitual. No sabía cómo responder. Finalmente le dijo que se trataban de gente a la que el juego había pillado demasiado desprevenidos, y al intentar unirse se habían hecho daño. Le dijo a su hija que ellos habían tenido mucha suerte comparados con aquellos. Pasó la mañana y cada vez se encontraban a más soldados, cada vez más jóvenes. Y también más gente demacrada. Irina no llegaba a comprender por qué tantos militares y de nuevo preguntó a su padre. Visiblemente agobiado, le dijo rápidamente que estaban para ayudar.&nbsp; Irina se quedó decepcionada, pero calló. Sabía que algo malo pasaba. Oleksandr había hablado con un hombre que le

había dicho que no dejaban pasar a hombres adultos al otro lado de la frontera. Y a la frontera que llegaron la mañana siguiente. Irina estaba emocionada, iban a ganar el juego antes que todos sus amigos del barrio. Pero antes, ella vio algo que nunca debió.&nbsp; Jugando con otras niñas al otro lado de la aduana, mientras sus padres hablaban con un soldado, tropezó con algo. Era un brazo, y más allá del brazo había un cadáver. Irina gritó y salió corriendo a abrazar a su padre. Irina le dijo que no quería seguir jugando al juego, que ya no le gustaba y que quería volver a casa. Oleksandr, sin saber qué añadir, rompió a llorar. Le dijo a su hija que para evitar que más gente acabara como aquel hombre, él debía quedarse en Ucrania para ayudar. Estaba vestido de uniforme militar, con un parche azul y amarillo. Irina le dijo que ella se quedaría con él, pero Oleksandr tenía muy claro qué decir. Le dijo a su hija que su cometido era pasar la frontera y ganar el juego con la familia, porque aunque no iba a ser lo mismo ganar sin él, peor lo sería para la familia ganar sin ella también. El cometido de Irina era el de rezar todos los días por su padre y por el resto de combatientes y, sobre todo, mantener vivo su recuerdo para que su sacrificio no fuera en vano. Irina se despidió de su padre y pasó la aduana, y entró en una escuela. Allí no debía estudiar, sino esperar a que alguien se hiciera cargo de su familia. Allí volvió a ver el televisor, donde escuchó a otro hombre. Este no era calvo ni llevaba traje, sino un chándal. Tenía barba de varios días y los ojos visiblemente cansados. Y a él, Irina lo entendía a la perfección. Le hablaba no solo a la Ucrania, sino al resto de naciones, para que rezaran y se manifestaran por los valientes que daban su vida por ellos. Irina sabía que aquel hombre hablaba de su padre, y antes de dormir, rezó por Oleksandr y se abrazó al peluche del osito, igual que hacía antes de la tragedia.

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