


Loading...
Hay muchas veces en las que las cosas o la gente se esconden a simple vista. No es que no las veamos porque seamos despistados, sino porque saben cómo esconderse a la vista de todos. Hace mucho tiempo, durante los años 80, se reportaron múltiples casos de desaparecidos. Durante esos años fue difícil para la policía encontrar al responsable de esos crímenes, pues los desaparecidos no cumplían con un patrón que les pudiera brindar pistas y la persona encargada de estas desapariciones era muy organizada con sus crímenes. No dejaba ni una sola evidencia, ni una huella, ADN o aunque fuera una hebra de cabello.
Durante 1982, dos años después de que comenzaron las atroces desapariciones,
Loading...
el responsable de estas se detuvo. Pasaron meses y meses sin que hubiera un caso relacionado con este. La policía había comenzado a sospechar que “Sombra” (apodo con el que los medios habían nombrado al captor) había muerto o huido. Pero fue a inicios de noviembre de ese año cuando un cadáver se encontró. Giancarlo Pilastro, una de las últimas víctimas de Sombra, había aparecido, pero a medias. En un callejón de las calles céntricas de Nueva York se había encontrado solamente el torso y la cabeza de Giancarlo. La policía nuevamente centró su atención en el caso: se realizó una exhaustiva autopsia al cadáver de Pilastro, pero no encontraron algo que indicara quién había sido responsable de esto.
Una tarde, el grupo de policías e investigadores a cargo del caso se reunieron en una famosa cafetería cerca de la estación de policías. Aquel lugar era muy famoso entre policías, y la dueña del local, Joylene Harrison, los recibía gustosa.
Cuando Harrison vio entrar a los policías, se acercó a ellos a servirle café y tomarles la orden. Como era usual, los uniformados pidieron el tan famoso pastel Red Velvet, una de las especialidades de la casa. La señora se alejó con una sonrisa y le pasó la orden a una de sus empleadas. A esta misma le avisó que volvería en un rato y se esfumó hasta el sótano.
Joylene amaba su trabajo en la cafetería, era lo que siempre había
soñado. Pero debía admitir que lo que más le gustaba era cocinar.
Cuando Harrison vio entrar a los policías, se acercó a ellos a servirle café y tomarles la orden. Como era usual, los uniformados pidieron el tan famoso pastel Red Velvet, una de las especialidades de la casa. La señora se alejó con una sonrisa y le pasó la orden a una de sus empleadas. A esta misma le avisó que volvería en un rato y se esfumó hasta el sótano.
Joylene amaba su trabajo en la cafetería, era lo que siempre había
soñado. Pero debía admitir que lo que más le gustaba era cocinar.
Claro, era el trabajo más laborioso, pero valía la pena. Lo que más le gustaba cocinar a Harrison era su famoso Red Velvet ya que, como ella solía decir, eran dos pájaros de un tiro.
Todas las mañanas llegaba una hora antes de que la cafetería abriera para todo público y comenzaba con la laboriosa tarea de cocina. Primero cocinaba el bizcochuelo del pastel y para que consiguiera aquel característico color rojo, le ponía unas gotas de su colorante secreto. Luego seguía preparando el coulis, que aunque no fuera parte de la receta original, lo incorporaba porque era de sus cosas favoritas. Primero hacía un puré con cerezas y luego, de su reserva especial, usaba un poco de sangre fresca de alguna de sus víctimas. Esta vez había decidido terminarse
Todas las mañanas llegaba una hora antes de que la cafetería abriera para todo público y comenzaba con la laboriosa tarea de cocina. Primero cocinaba el bizcochuelo del pastel y para que consiguiera aquel característico color rojo, le ponía unas gotas de su colorante secreto. Luego seguía preparando el coulis, que aunque no fuera parte de la receta original, lo incorporaba porque era de sus cosas favoritas. Primero hacía un puré con cerezas y luego, de su reserva especial, usaba un poco de sangre fresca de alguna de sus víctimas. Esta vez había decidido terminarse
lo poco que le quedaba de la sangre Giancarlo Pilastro. Una vez tenía todo, lo mezclaba y lo ponía a cocinar. Y lo último que preparaba era la crema
decorativa. A esta la preparaba como usualmente se prepara una, solo que
Joylene rallaba un poco de las uñas de alguno de los cadáveres que guardaba en el sótano y mezclaba todo hasta que alcanzaba la consistencia perfecta. Solo le quedaba ensamblar todo y ya estaba listo para ser degustado.
decorativa. A esta la preparaba como usualmente se prepara una, solo que
Joylene rallaba un poco de las uñas de alguno de los cadáveres que guardaba en el sótano y mezclaba todo hasta que alcanzaba la consistencia perfecta. Solo le quedaba ensamblar todo y ya estaba listo para ser degustado.

