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Los sin rostros

by María Adela Camacho

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Los caras rotas
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"Pertenezco para siempre a un grupo de hombres estigmatizados, con la cara arrasada y que ya no tiene nada de humana. Somos una cosa sin nombre. Un amasijo monstruoso de carne destrozada, de vendas, de pus, de fiebre, todo teñido por la sombra de los cañones" (testimonio citado por Martin Monestier en Les Gueules cassées, 2009).
Muchos jóvenes fueron llamados a la guerra, muchos vieron truncadas su vida, muchos la perdieron. Esa guerra impuesta por los nacionalismos y los intereses imperiales, y que necesitaba de soldados inocentes que murieran por esa causa. Muchos volvieron vivos, pero sin rostros: los bocas rotas.

En las trincheras se llevó a cabo una guerra sin precedente. Cundía la fiebre de las trincheras, una enfermedad transmitida por piojos. Al principio, en las trincheras las cabezas quedaban expuestas. Solo estaban protegidos por un casco y una mochila.

Las heridas abiertas mezcladas con las condiciones sanitarias nefastas en las trincheras, detonaran la cantidad de víctimas, junto a los caídos en los ataques entre campos alambrados y la arrasada tierra de nadie. Los heridos no son retirados hasta el anochecer, se tarda en poder atender sus heridas y la infección aparece rápidamente, no había más conocimientos para tratar las bacterias. Solo la lavandina y el barro podía pararla. 

Muchos de los alcanzados morían en el acto o luego, desangrados; otros recibían auxilio en camillas improvisadas, y eran después enviados a ambulancias quirúrgicas.

Las ambulancias, espaciosas, limpias, iluminadas, se encontraban lejos. En el frente se encontraba Marie Curie y Antoine Béclère y las cabinas radiológicas, realizadas en los coches que las damas prestaron. Lograron 18 vehículos y 200 puestos fijos. La misma Marie, que rechazó la Legión de Honor por solo reconocerla a ella, conduce una de ellas junto a su hija, Irene.
Muchos de los alcanzados morían en el acto o luego, desangrados; otros recibían auxilio en camillas improvisadas, y eran después enviados a ambulancias quirúrgicas.

Las ambulancias, espaciosas, limpias, iluminadas, se encontraban lejos. En el frente se encontraba Marie Curie y Antoine Béclère y las cabinas radiológicas, realizadas en los coches que las damas prestaron. Lograron 18 vehículos y 200 puestos fijos. La misma Marie, que rechazó la Legión de Honor por solo reconocerla a ella, conduce una de ellas junto a su hija, Irene.
Otto Dix
La Primera Guerra Mundial o la Gran Guerra (191-918), fue un gran salto para las innovaciones industriales, sobre todo en la industria armamentística. El casco de acero se introdujo en 1915. Los cañones aumentaron su alcance; las ametralladoras automáticas perforaban los cuerpos con mayor cantidad de balas y mayor velocidad. Balas cónicas, muy rápidas, que provocan heridas que permanecen abiertas y que pueden gangrenarse por la falta de higiene en los hospitales. A las que unimos los obuses de fragmentación.

El uso de distintos tipos de gas como arma de ataque era una de las novedades militares más importantes en esta época, y su defensa con las máscaras de gas.

Los desdichados cuyas caras fueron destrozadas, sin que lo hubieran querido, promovieron el origen de la cirugía oral y maxilofacial. Así, el progreso de la cirugía y la medicina corrió al mismo tiempo que las heridas de balas y la industria armamentística.
Pero la más dura consecuencia de la Primera Guerra Mundial fue la muerte de muchos jóvenes, la destrucción y la erosión que causó física y mentalmente para los soldados que pasaron muchísimos días en las trincheras. Al final de la guerra, con la vuelta de los veteranos, aparecen las grandes dificultades. Muchos regresaban con grandes deficiencias, con grandes discapacidades. Muchos de ellos sufrieron muchas malformaciones que incluso les hacía irreconocibles a los ojos de sus familias y conocidos. 

Francis Bacon
La gente se acostumbró a cruzarse con hombres sin piernas, sin brazos ,.., pero se hacía insoportable ver a un hombre sin nariz, sin orejas o sin una parte importante de su rostro. Se llegó a pintar bancos en azul para advertir, a los vecinos del hospital facial de Gillies, que había hombres sin rostro allí.

Europa se encontraba en un difícil momento económico, cómo dar trabajo a estas personas que causaban tanto rechazo. Estaban condenados a malvivir con las exiguas ayudas recibidas. En momentos tan complicados socialmente, donde solo se quería olvidar las desgracias de la guerra, nadie quería ver a esos hombres que les recordaban los fallos que, como sociedad, habían conducido a esta cruenta guerra. Estos hombres sin cara decidieron esconderse, vivir aislados y agruparse. Lo hicieron en la Unión de Heridos en rostro y cabeza (1921) y algo más tarde La Casa de las Bocas rotas (1927). Muchos escogieron la vía de la muerte. .

Muchos profesionales lanzaron su voz para dar dignidad e identidad a los sin cara que nunca perdieron la esperanza de volver a la sociedad con un rostro.

Hombres que no podían comer o masticar con la máscara, tampoco mover sus labios al hablar, pero para los pacientes era más de lo que podían soñar para dejar de ser repulsivos.
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