El
Portal
Misterioso

Joseph Macarthur era un chico de unos 16 años, muy alto. Su pelo era castaño como la madera, largo, rizado y curiosamente con una raya en medio. Su piel pálida se reflejaba a lo lejos con cualquier rayo de sol. Parece venir de una familia humilde por su ropa desgarbada, siempre iba con pantalón marrón y camisa blanca rota y sucia.

En cambio, Bruno Patelton era muy bajo, lo que era extraño ya que toda su familia era muy alta. De piel oscura y con un pelo tan negro como el carbón. Siempre iba con pantalones largos y con unos tirantes tan incómodos como la carne que tenía entre sus dientes hace un mes. La boina que lo acompañaba era de su difunto padre, por lo que la cuidaba celosamente por el cariño que le tenía.

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Un martes 15 de junio de 1347, los dos amigos paseaban por la calle, esquivando a las ratas y a la gente que tenía la peste, cuando de repente en un callejón, vieron que se reflejaban unas luces violetas y azules, claramente tenían curiosidad por saber qué había en él.

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Cuando se acercaron, vieron una especie de portal, y Joseph Macarthur propuso a su compañero entrar.
A medida que avanzaban sus corazones palpitaban cada vez más y más rápido.

Era un mundo nuevo, diferente al que ellos conocían. Ante sus ojos aparecieron coches voladores, casas flotantes, patinetes aerostáticos... Todo allí estaba situado de manera que parecía que flotaba. Mientras observaban con asombro todo lo que tenían a su alrededor; a lo lejos se vislumbraba una enorme luz azul que poco apoco se acercaba a su encuentro.

- ¿Qué hacen aquí? Este lugar no es para ustedes.
- Perdón, nos llamó la atención el colorido que veíamos desde fuera y decidimos pasar. -Respondió Bruno Patelton-.
La luz cada vez más nerviosa despotricaba -estos humanoides cada vez más pesados y más culichichis, como si ellos fueran tan diferentes a nosotros-.

- Bueno, déjense de pamplinas y vengan conmigo, conozco una persona que puede ayudarles a volver a su mundo.
Joseph y Bruno, sin decir ni pío, subieron a su coche flotante que los llevó a una especie de castillo encantado.
En su interior se encontraron con unos seres extraños que se comunicaban en una lengua desconocida para ellos.

Los dos amigos, cada vez, estaban más asustados, todo lo que veían allí les resultaba tan terrorífico que sus dientes no dejaban de castañetear.