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Problemas medioambientales en zonas mediterráneas

by Andrea

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Hola, me llamo Bernie y soy un mero viajero al que no le gustan las aguas muy frías. Un día hablando con mi amiga la rémora Olegaria, coincidimos en que a ninguno de los dos nos gustaba vivir en las frías aguas del Atlántico.
A Ole, que es como yo le llamo, le habían hablado de un mar llamado Mediterráneo cuyas aguas eran más cálidas, pero la travesía no eradel todo sencilla. Había que nadar muchos kilómetros, bordear la nariz de Portugal y luego pasar por un sitio que se llamaba estrecho de no sé qué, en donde dicen que se hacen tapones de basura.
-¿Tapones de basura? le pregunté.
-Sí, los humanos, esos bichos de dos patas que van por donde no hay agua, arrojan al mar kilos y kilos de desperdicios, algunos flotan, otros se hunden, por eso puedes verlos por todas partes. Una vez, la tortuga Fabiola se disponía a merendarse una medusa de esas que son tan picantes y, cuando se dio cuenta, estaba dentro de ella y al morderla se atragantó, suerte que un buceador la vio a tiempo y le ayudó, le dijo que se había metido dentro de una cosa que se llama bolsa de plástico. ¡Ya ves qué cosas! Y el delfín Fermín, casi sin darse cuenta, se vio atrapado en una especie de planta rara con agujeros de cuadritos, como si fuera un alga gigante, pero también tuvo suerte, pues lo subieron a un barco y los humanos que había en él lo devolvieron al mar. Pasó un mal trago. Pero si llevamos cuidado creo que podemos llegar, prepara tus aletas que partimos sin tardanza. Con un poco de suerte podemos llegar en unas dos semanas.
-¿Dos semanas? le pregunté, espero que valga la pena.
Ole, que había viajado más, pronto encontró una corriente marina que nos llevaba muy rápido, era divertido, casi como lanzarse por un tobogán, pero junto a nosotros y a la misma velocidad, una enorme cantidad de objetos extraños viajaban también. Uno me golpeó en la cabeza, era como… como una burbuja transparente pero dura. Ole me dijo que lo llamaban garrafa de plástico y que un primo suyo estuvo una vez varios días dentro de una de ellas.
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Nadamos sobre simas profundas y bordeamos la costa hasta que nos tropezamos con algo que yo nunca había visto. Era una isla, pero no una isla cualquiera, ¡era una isla que flotaba! y se mecía al compás de las olas.
Sorprendido, le pregunté a Ole, ella tampoco lo había visto antes, pero había oído historias de gigantescas islas hechas con basura de los humanos que flotaban, se lo contó Pete el cangrejo, que era un tipo de fiar, del que se cuenta que había vivido en una de esas islas hasta que un temporal se llevó la isla a otra parte y perdió a su familia. La isla estaba hecha de cosas que no había visto nunca difíciles de describir y que hacían ruido al chocar unas con otras.
Atravesamos la isla flotante por debajo, tuvimos que nadar mucho rato y finalmente empezamos a notar que el agua era distinta.
-¿Lo notas? Me preguntó Ole.
-¿El qué? Le contesté.
-El agua, ya no está tan fría.
-Es verdad, creo que hemos llegado al Mediterráneo. Prepárate que nos esperan unas tranquilas vacaciones. Por aquí no suele pasar Max, el tiburón, eso sí, lleva cuidado de no acercarte a ningún objeto que no nade por si solo o podríamos tener problemas.